Dorotea Jimenez era una mujer de lo más sordido y vulgar que te pudieras echar a la cara. Por lo menos, eso es lo que pensaba Dorotea Jimenez de ella misma. Nadie le hacia nunca caso, y aunque tenía amigos, pensaba que estos tampoco la apreciaban mucho porque no tenía ninguna gracia especial. Siempre se sentía relegada en todas las fiestas, y echada a un lado en todos los acontecimientos sociales en los que (por un motivo u otro) se veía implicada.
Pero un día decidió que todo eso tenía que terminar. Se había fijado lo mucho que la gente se sentía apenada cuando alguien les abandonaba definitivamente, pasaba a mejor vida, recibia santa sepultura. En fin, cuando alguien moría. Así que un día decidió fingir su propia enfermedad, agonía y muerte. -"Ahora vereis cuanto me apreciais todos" - pensaba Dorotea. Así que una mañana se dirigió a un hospital, simulando un horrible dolor en su cabeza, y tales gritos daba, que no queriendo retenerla en la sala de espera de urgencias, la atendieron rápidamente. Sin poder encontrar el orígen de su dolor, y bajo graves acusaciones por parte de Dorotea de irresponsabilidad y negligencia, los médicos decidieron internarla.
Desde el hospital empezó a escribir cartas a sus amigos, comunicandoles el grave trance en que se hallaba, pidiendo misas por ella. Todo el mundo acudió presto a visitarla, preocupándose (a veces realmente, a veces por rutina) por su malhadado estado. -"Aaaaay, ayyyy...la muerte se cierne sobre mi, amigos mios...qué lastima que no haya podido disfrutar más tiempo con vosotros"- recriminaba Dorotea a sus amigos. -"Vaaamos, vamos, ya verás como todo sale bien!" le respondían.
Visto que las visitas cada vez eran más esporádicas, y que sus conocidos empezaban a darse cuenta de que no había mucha gravedad, Dorotea pasó a nivel 2: Ahora las cartas llegaban por medio de un recién inventado por ella hermano suyo:
-"Amigos y conocidos de Dorotea, mi hermana está pasando por una etapa muy delicada en su enfermedad, y ya no podrá recibir más visitas. Su vida pende de un hilo, y se han iniciado los trámites para una operación a vida o muerte en un hospital de Massachussets, especializados en este mal que la achaca. Roguemos por su pronta recuperación".
Habiendo pedido a los enfermeros que nadie pasase, sólo podía recibir cartas, y recibió más cartas en una semana que las que había recibido en toda su vida. Todo el mundo estaba realmente preocupado por ella, y Dorotea contestaba a todos por medio de su recién inventado hermano. Pero todo aquello tenía que terminar. Y ahora tenía que decidir si tenía que dar inicio a la mascarada de su propia muerte y disfrutar en un orgasmo de vanidad del espectáculo de su propio enterramiento, o acabar con su enfermedad y volver a su vida de siempre. Pronto se decidió:-"Si finjo mi muerte, aparte del hecho de tener que empezar una nueva vida en otro sitio, sólo podría disfrutar de mi enterramiento, y tras éste, la gente me olvidaria...entonces ¿qué tendría que hacer? ¿Volver a empezar a hacer nuevos amigos, y contraer nuevas enfermedades, y así durante toda mi vida? Naaah...mejor me recupero ahora, y si me sale la urgencia...siempre puedo volver a enfermar". Tras tomar la decisión, se levantó de la cama y, antes de largarse de allí, se fué a tomar la última ducha en aquel hospital, que también se convirtió en la última de su vida, ya que al ir a salir, resbaló con la pastilla de jabón y se desnucó.
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