ADIOS A LA BUROCRACIA.
El teléfono taladró el final de mi sueño, destruyendo la imagen ideal de un arroyo cristalino, donde bebía agua fresca con un gusto frío y dulce, apaciguador de la terrible resaca originada por los tequilas ingeridos hasta altas horas de la madrugada. La voz alterada de mi secretaria apurándome por que el Gobernador había avisado de su llegada a un desayuno en el vecino Puerto de Tuxpam, ubicado a cuarenta minutos de aquí, terminó por echarme de la cama. Aún bajo la ducha helada no encontraba alivio al terrible dolor de cabeza, la que aún giraba confundida sin meter orden en el proceso del baño, empezando a enjabonar los pies sin haber lavado el cabello, cuando un súbito dolor, en la parte baja del vientre me entregó un mensaje apremiante de que algo andaba mal ahí dentro. ¿Serían acaso los cueritos en vinagre de la botana?. Aunque la ubre al chiltepín picaba diabólicamente, fue ideal con las cervecitas del principio. El retortijón seguido fue escalofriante y urgió mi presencia en el retrete. Un gran tapón de materia sólida obstruía la salida intestinal, originando una constipación atroz que no permitía siquiera desalojar los gases acumulados durante la noche, lo que provocó una severa inflamación ventral y punzadas a lo largo del colon y un ardor anal exasperante.
El camino hacia el restaurante fue largo. En forma intermitente, unos cólicos centelleantes me alertaban del mal estado en que, por no deponer, se encontraba mi organismo. Un té combinado de sábila con hojas de aguacate oloroso y manzanilla parecía haber contenido la evacuación, generando una mayor inflamación del vientre que obligaba a aflojar dos agujeros del cinturón.
El lugar de la reunión estaba listo para la recepción gubernamental. Las mesas dispuestas con la mejor mantelería y el penetrante olor a mariscos hubieran abierto el apetito de cualquier mortal... menos de alguien que se encontraba, literalmente, tan cerca de la muerte. Desde la terraza del refectorio se podía ver el puente que daba acceso al aeropuerto local por donde arribaría tan célebre personaje. La expectación entre los políticos y fauna acompañante iba creciendo, toda vez que faltaban de asignar puestos menores en el Gobierno Estatal y en sus representaciones locales, por lo que las ambiciones estaban desatadas. A grandes voces se saludaban y portando guayaberas de distintos colores se palmeaban sonoramente, tres veces la espalda, llamándose “hermano o compadre” en un ejercicio hipócrita de admiración mutua. Huyendo de éstas palmotadas, que seguramente estimularían mi deteriorado aparato digestivo, me refugié en una mesa de un rincón cercano a los baños, mas con la intención de estar atento a alguna contingencia abdominal.
Las voces de admiración por la llegada del gobernante parecieron desatar un infierno en mi tripa, por lo que decidido a terminar con el tormento, ingresé a los baños, que plenos de desodorante, esperaban a la distinguida conferencia. Sabedor de que los minutos eran contados, me apresuré a entrar en uno de los privados, que, recién lavado, lucía un inusual estado aséptico, por lo que procedí a bajarme los pantalones aún sin haberlos desabotonado, ocasionando con la presión, un infarto intestinal que devino en una explosión devastadora, que arrojó la primera andanada sobre la pared, parte sólida y parte líquida, despidiendo un olor atroz y desatando una serie incontenible de pedos que trajeron lentamente el bienestar que requería el intestino. Con languidez también, el detritus escurría por las antes limpias paredes, acomodándose modorramente en la tapa del inodoro. Horrorizado pude ver el depósito vacío de papel sanitario, que a algún empleado olvidadizo se le pasó rellenar, y que me obligaría a salir en cuclillas a sacar toallas de mano para el lavabo, con las que pude medio limpiar mi fondillo y llegar a tiempo de escuchar el colofón del discurso de nuestro gobernante, el que desencadenó una cascada de aplausos de aprobación, que disimularon mi retorno al salón..
Al término de su alocución, entre genuflexiones exageradas, invitó a todos a probar los excelentes platillos marinos que se habían confeccionado para la ocasión, procediendo, higiénicamente a dirigirse al sanitario, a fin de asear sus manos, produciendo en mi, casi un desmayo por el estado en que dejé el aposento.
Los guardaespaldas que por delante entraron a revisar el baño, como medida de seguridad del Señor, exclamaron gritos de asco y disgusto, saliendo atropelladamente, casi derribando al ilustre que ya se dirigía a ocupar la misma taza desdichada que yo usé y que para ese momento ya estaba cubierta de un enjambre de moscas verdes, despidiendo un hedor inenarrable. Esto provocó el vómito del insigne el cual fue sacado casi en brazos por sus ayudantes, dejando por el pasillo rastros de la caca que llevaban en los zapatos y que desafortunadamente, por la premura del caso, no pude limpiar adecuadamente, dejándola en el piso sin ninguna mala intención.
Sobre decir que el olor nauseabundo, producto de éste triste evento, dio por terminado el desayuno político y también con mi incipiente carrera burocrática, ya que nunca falta un chismoso y fui denunciado por unos meseros que pretendieron con su delación, obtener algún empleo mejor remunerado en el Gobierno del Estado. Nunca imaginé que mi blanca guayabera me traicionaría, ya que aunque en un principio lo negué todo, los rastros de excremento que quedaron después de la evacuación impregnados en la parte trasera de ella, certificaron mi culpa, la que a través del tiempo he llegado a asimilar y casi hasta agradecer, ya que la ahora llamada clase política, casi siempre termina en el reclusorio, víctima de su mala cabeza o de sus enemigos políticos, ya que son, a saber; todos contra todos.
|