Yo, María de los Milagros García Gonzalvez, la única hija viva de mi difunto padre don Juan Ramón Garcia Casañes y de doña Clara Gonzalvez Dominguez, mi difunta madre, a mis setenta y cinco años de edad y de nostalgia, le quiero dar gracias a Dios por todo lo que me ha dado en la vida y también por todas las cosas malas que no me ha dado.
Yo, María de los Milagros García Gonzalvez (para los amigos y los parientes Mila, para los más especiales Mili) le ruego a Dios que me deje por lo menos dos meses más de vida para poder estar presente en el cumpleaños de mi única bisnieta, Angelita, que este año va a cumplir dos añitos.
Yo, la misma María de los Milagros García Gonzalvez este caluroso dia de invierno (odio cuando en diciembre hace sol) le pido a Dios que me perdone todos mis pecados cumplidos, tambien los pensados pero no llegados a ser cumplidos y hasta los mas inadvertidos…por otra gente pero por Él supongo que sí.
Yo, María de los Milagros, vieja pero, como dice mi primo Diego de cincuenta y pico años de edad, bien conservada, le susurro al oido al propio Dios de todos mis amores perdidos, olvidados, compartidos, sufridos y hasta los más prohibidos y sin que nadie lo oiga, lloro en su hombro. Sí, Dios también tiene hombros y son más cómodos que los que los de cualquiera.
También le doy gracias a Dios por todos los países soñados pero nunca vistos, por todas las lluvias bebidas y vividas, por todas las canciones oidas y cantadas, por todos los sueños hechos realidad y por los imposibles de cumplir, por todas las esperanzas vacías y vaciadas, por todas las desesperanzas lloradas, por las sonrisas gastadas, por mis mentiras perdonadas, por los libros leidos, por los idiomas aprendidos pero olvidados, por todas las cartas recibidas y por las no contestadas, por los perfumes olidos, por los sabores probados, por las camas cómodas, por el techo que aun hoy sigue cubriendo mi cabeza.
Le agradezco a Dios todos los cuerpos acariciados y gozados, todos los labios besados y mordisqueados, los errores cometidos y odiados, las fuerzas perdidas y recuperadas, todas mis locuras, todas mis torturas, todos los recuerdos envejecidos para revivir.
Pero sobre todo le doy gracias a Dios, y en señal de mi admiración le beso las manos, porque la vida no es eterna y si tengo suerte a lo mejor en el cielo por fin me dejarán de doler las piernas y el alma.
Punto final. |