Llueve en la calle.
El escritor regresa. Cada mañana sale, desayuna, compra la prensa; es como andar el camino al trabajo aunque, desde la ruptura, el piso es casa y estudio a la vez.
En el portal el portero friega el suelo. Le saluda con desprecio. Del ascensor sale el vecino del cuarto, con su perro que le lame los zapatos.
Entra en la casa, deja la prensa a un lado y se dirige al baño. Se seca la cabeza ante el espejo. Se ve viejo.
En el ordenador la pantalla parpadea. Toma asiento, se centra en el trabajo. Hay crisis de pareja también en la ficción: Les dejó discutiendo metidos en la cama. Tras los gritos de él, ella lloraba.. De repente las letras se sublevan e inician una danza que le turba la mente. Se siente mareado. Tras instante en el que cierra los ojos, regresa al monitor. No cree lo que ve. Hay vida dentro. Ella, la chica, se insinúa desnuda debajo de la sábana, le llama con el dedo. Una fuerza terrible, un golpe seco, la oscuridad le envuelve, ahora está dentro. En la pared, enfrente, cual espejo terrible, el reflejo de ella; sonrisa traviesa en rostro enorme, y una mano.
–¡No apagues, por favor! –grita él. Pero el grito se ahoga sin rozar el cristal.
La escritora lo deja, no encuentra las palabras. Se dirige al dormitorio, abre el armario repleto de ropa de mujer. Elige algo cómodo. En el baño se mira en el espejo, se ve guapa. Desde que lo dejaron no se había sentido igual. Aunque nunca lo hace hoy saldrá por la mañana, irá de librerías, recuperar el tiempo.
Sale del ascensor. En el portal el portero friega el suelo. Le da los buenos días con agrado Al salir a la calle, regresa el vecino del cuarto, con su perro que le lame los zapatos.
Llueve en la calle.
|