Por favor no me mire. Si de mí espera respuestas, nunca podrá escuchar lo que yo piense o sienta. Es que estamos tan habituados, yo a usted, y usted a sí misma, que ahora, teniéndola frente a mí, he caído en este juego de recordar e imaginar. Recuerdo esa primera vez; desnuda frente a mí, en toda la extensión y esplendor de su piel canela, sus juguetones pechos que secaba con descuido, sin notar lo bello, lo sublime de las gotas de agua en su piel. Y yo, anhelante de que un movimiento de su mano quitara de mi rostro el vapor de la ducha, otorgándome su complicidad para admirarla. Así, me fui enamorando de usted. Eran mis manos reflejadas las que coquetamente recogían su pelo en la nuca, era mi rostro el que se sumergía en su pecho disfrutando de su perfume. Eran mis dedos, y no los suyos, los que le suministraban ese placer no compartido. Pero ahora, frente a frente, me interesa que usted recupere el amor de sí misma, y que pueda alcanzar en otro, la potencia de este, mi amor cautivo.
Anclado como estoy, lo que no puedo recordar, lo imagino. Imaginé su sonrisa al conocerlo, su coquetería, las caricias, los besos, su piel canela profanada. Hoy recuerdo el rostro de él, después que usted le dio permiso de entrar a exhibirse ante mí, displicente. Indiferente a mí y a su propio reflejo. Sucio y arrogante. ¿Por qué frente a mí? Y usted desnuda, dejándose acariciar e invadir por sus manos, mirándome y sonriéndose. ¿Por qué frente a mí?
Ahora. Por favor no me mire. Nunca la imaginé así; llorosa, dolida, silente. Frente a mí como pidiéndome explicaciones. Sólo quisiera que me cubriera el vaho de sus lágrimas, para no reflejar sus ojos moreteados y los labios hinchados por los golpes.
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