Dicen que soy el mar,
viejo espejo del aire y de la arena.
Dicen que soy la bestia más inmóvil
y a la vez más batiente. Soy las olas,
como dientes bramantes de espuma y de corales.
Soy la tierra mojada que entierra tantas vidas.
Acumulo en mi voz, antiguo cíclope
que callara, las voces, los últimos gemidos, las historias
de marinos, muchachos intactos al amor,
descompuestas muchachas que aún revuelcan
su pechos ateridos y sus sexos
-cuevas ya de cangrejos y de peces-,
buscando la honda isla que jamás hallarán.
Acumulo cadáveres de buques, huecas formas talladas
de vasijas y cántaros, escenas
que se repiten siempre ante mis ojos,
tal repite el azogue la sombra de lo ido,
el perfil ilusorio de una dama
que cree estar ayer
contemplando su rostro y es mañana,
el juguete arrancado y la mano del niño que lo suelta,
chasquidos como besos que murieron un día de verano.
Dicen que soy el mar y me miro en las nubes sin hallarme.
No es cierta esa verdad de que lo alto espeja al espejismo.
No es cierta la razón de esta violencia inmóvil.
No es cierto tanto amor que a pedazos no tiene
un labio frente a un labio, un roce frente a un roce.
No es verdad que yo sea
sino un profundo vidrio ciego, oscuro,
una latente orilla que en mi sed
arrastro y siempre arrastro hasta mis ojos
un delirio cargado de soledad y barcos.
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