La elección se llevó a cabo sin que se le moviera un pelo a la institucionalidad democrática, ya que la ciudadanía había sido consecuente con los reiterados llamados al orden y había desfilado serena y responsablemente ante las urnas para confirmar su veredicto.
Ocurrió un suceso increíble que a la postre fue un quebradero de cabeza para los comandos de los dos candidatos a la presidencia. Computadas todas las mesas y disputado cada voto a gritos, empujones e incluso a feroces golpes, el escrutinio final entregaba un perfecto empate a 5.456.454 votos para cada uno. Días más tarde el Tribunal Supremo Electoral, vistas todas las impugnaciones, reclamos y demases, entregaba su veredicto: Un empate a 5. 600.786 votos para cada candidato, situación extraordinaria que dejó a todos perplejos y expectantes.
La Constitución establecía que en el plazo de un mes se llevaría a efecto una segunda elección y dado lo costoso que significaba repetir un proceso eleccionario de carácter nacional, en el segundo proceso participarían todos aquellos que por diversas razones no lo habían podido hacer en la primera. Según los antecedentes que manejaba la oficina electoral, quienes decidirían todo este entuerto serían tres personas: Don José Blas, un señor que ese día se encontraba lejos de su circunscripción y que por razones obvias era imposible que emitiera su voto. La señora Alicia Moll no pudo votar por encontrarse muy enferma en cama y don Félix Cuña agonizaba hacía varios meses en el Hospital General y se había desembarazado recién de un estado comatoso, recuperando una paulatina lucidez que lo habilitaba de inmediato para participar en el apasionante desempate.
Demás está decir que los comandos de ambos candidatos se pusieron de inmediato en campaña para captar a aquellos rezagados que tenían en sus manos la posibilidad de encumbrarlos a la primera magistratura o desbancarlos fatalmente de sus altas aspiraciones. Don José Blas era un entusiasta partidario de Nemúnez, el candidato del pueblo, como lo publicitaba su slogan y la señora Alicia Moll simpatizaba con Namidio, el candidato popular. Sobre don Félix Cuña se elevaba una densa nube de misterio ya que nadie sabía a ciencia cierta cual era su tendencia.
-Nemúnez solucionará todos los problemas contingentes- rezaba el inmenso afiche que sus partidarios colocaron frente a la puerta de la señora Moll. Ella contempló con ojos abismados aquella espectacular gigantografía pero eso no la hizo cambiar de opinión porque de acuerdo a su apreciación, Namidio era mucho más guapo que su contendor y cuando discurseaba, su voz resplandecía por esos matices sensuales que la acojinaban y la dejaban lela, escuchando sin escuchar y dejándose elevar al séptimo cielo del sacrosanto placer. Nada entendía de política y no le interesaba en lo más mínimo pero penaba y moría por Namidio y esta pasión era inconmovible.
Cuando don José Blas despertó esa mañana, una estridente fanfarria le hizo saltar de su cama y al asomarse a su ventana, contempló con asombro que se había levantado un gigantesco escenario frente a su domicilio y varias muchachas hermosísimas ataviadas con el uniforme oficial de Namidio, danzaban al ritmo de los vibrantes sones del himno de la campaña. Un conocido locutor decía con su voz altisonante:
-Recuerde señor José Blas que en seis años de gobierno, la oposición no ha logrado erradicar la pobreza y la corrupción ha alcanzado los niveles más altos de la historia.
Y tras cartón, un cantante tropical agenciado por el comando, entonó a viva voz:
-“Votar por otro que no sea Namidio
aparte del desatino
es un verdadero suicidio.”
Y una estridente bocina ensordeció al señor Blas durante toda la mañana con sus entusiastas melodías, invitándolo a votar por el candidato que cambiaría radicalmente el curso de la historia.
Por razones estrictamente humanitarias, el Hospital General impidió que cualquiera de los comandos acudiese a ofrecerle su producto, pero un globo aerostático sobrevoló durante varios días la zona y un altavoz pregonaba:
“Señor Félix Cuña, el país le pide que piense en él. Vote por Nemúnez”.
-Los viejos son realmente duros, amigo- dijo Porfirio Mallena, el propagandista de Namidio, el candidato popular.
-¿Y que sucede si alguien rapta al anciano Cuña?- preguntó con su voz aguda el Teniente Mares, dirigente de bases del partido.
-No seas iluso, se mantendría el empate y todos sospecharían de nosotros, lo cual sería un pésimo precedente y el camino seguro hacia el descrédito.
-Pero entonces el viejo Blas puede sufrir un accidente y eso sólo se lo podrán achacar al destino.
-Hummm.
Lo cierto es que el señor Blas se desbarrancó cuando viajaba a casa de algunos parientes y felizmente para él, sólo sufrió algunas magulladoras. El asunto era demasiado fortuito como para que alguien sospechase algo turbio. Los dos comandos se hicieron presentes en el hogar del anciano para ofrecerles su ayuda pero este, con mucha sensatez, las rechazó para evitar comentarios capciosos. Días más tarde, un amago de incendio en la casa de la señora Moll, fue sofocado por los bomberos y esta vez las sospechas recayeron en el comando de Nemúnez. El Teniente Mares sonrió mefistofélicamente, vaya a saberse por que motivo.
En vista de todos estos acontecimientos, el gobierno ordenó custodiar a los tres futuros votantes, como una efectiva manera de salvaguardar la elección y de este modo cerrar este combativo proceso.
La parca entró a tallar días más tarde al luchar enconadamente con las pocas energías de Cuña, quien nuevamente entró en estado de coma. La radio y la prensa se hicieron parte de este tremendo golpe noticioso, ya que si fallecía el anciano, el empate técnicamente rondaba la segunda vuelta y esto significaba que sería el Congreso quien dilucidaría esta situación. Esta instancia favorecía a Nemúnez, puesto que era el candidato oficialista y los votantes eran mayoría nemunistas.
Finalmente llegó el día de la elección y todos pronosticaban el empate entre los candidatos, puesto que el viejo Cuña aún se encontraba en coma y su estado empeoraba a cada instante. La señora Moll se dirigió temprano a las urnas y ante el asedio de las cámaras, cumplió con su obligación ciudadana. El comando de Namidio celebró esto como un triunfo porque de hecho, con el voto de la señora, los ganadores hasta ese momento eran ellos. Un poco más tarde apareció el señor Blas, quien alzando su puño después de votar, dio a entender que el empate estaba consumado.
Faltaba una hora para que terminara el proceso eleccionario y Cuña no daba señales de recuperación. El tiempo jugaba a favor de Nemúnez y sus partidarios se comenzaron a reunir en la Plaza de la Victoria para celebrar su inminente triunfo. Entretanto, los simpatizantes de Namidio oraban en las afueras del Hospital General por la recuperación de aquel que representaba una efímera esperanza. La prensa, arremolinada en las puertas del establecimiento, asediaba al médico Director, inquiriendo detalles de la evolución del anciano Cuña.
Milagrosamente y cuando faltaban diez minutos para el cierre de las mesas, Cuña recuperó la lucidez y fue preparado de inmediato para ser trasladado en camilla al lugar de votación. El hombre, sorprendido ante el asedio periodístico, sólo atinó a sonreír desganadamente.
Finalmente y tras el escrutinio, hubo un voto anulado, presuntamente el del anciano Cuña, los nemunistas se sobaban las manos y su entusiasmo adquirió acentos estruendosos cuando se supo que había un sufragio a favor. Luego, cuando todos esperaban el voto de Namidio que consumaría el empate, el tipo que oficiaba de Notario desplegó la cédula definitiva y la sorpresa se pintó en el rostro de todos en el momento en que su voz engolada dictaminó que el voto favorecía a…Nemúdez.
Años más tarde, en su lecho de muerte, la señora Moll confesaría que en aquella crucial elección había cambiado de opinión y entregado su voto a Nemúnez cuando se enteró que Namidio usaba bisoñé…
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