Mi niño redondo llega y me abraza.Un abrazo de hierro que recuerda el hombre que algún día, Dios queriendo, seguro será.Me echa su aliento de leche y galletas.Se escurre en mi cuerpo como en un tobogán.Me aprieta, me duele, me muerde la cara, me pega su piel y cuando se separa, algo de su seda se me ha quedado ya.Se echa a reir y en su alegría, su cabecita pone p´atrás y yo me aprovecho y, en su tierno cuello le beso y ya está.Pero el niño se enfada.El es quién decide cuándo se besa, vamos hombre, ¡ Pues no faltaba más!.¿Ah, si? Pues mira que ahora, yo me enfado igual.Y al verme así, tan tiesa y compuesta, sus ojos preciosos comienzan a bailar y su risa ahora, suena de verdad.Y se echa a correr, porque quiere jugar.Y no vuelve la cabeza.¿Para qué se va a molestar?.El sabe seguro que yo... voy detrás. |