Hace 3 años que no lo veía. Durante todo un año nos extrañamos como locos recordando la única noche que pasamos juntos. Luego la esperanza se fue diluyendo, las llamadas se hicieron menos, las palabras se tornaron amigables y la certeza de volver a vernos moría día a día con la distancia.
Cuando habíamos dejado de esperarlo, sucedió. Finalmente estábamos viviendo en el mismo país y la hora de vernos era ahora o nunca. Sin dudarlo, él tomó el siguiente avión para venir a verme. Yo había imaginado tantas veces ese encuentro, en mil lugares, en mil momentos, y el estómago me dolía de ansiedad mientras lo esperaba en el aeropuerto.
Finalmente lo vi venir, caminé hacia él y nos fundimos en un abrazo. Nos mirábamos nerviosamente sin creer todavía que ya no era un sueño.
Mis amigos me habían llevado a recogerlo así que propusieron ir a un restaurante. Hubiéramos querido ir directamente a mi casa pero nos callamos y aceptamos la propuesta. Durante la comida nos tomábamos de la mano y nos mirábamos sin poder aún creerlo. Aquellos siglos pasaron y mis amigos nos llevaron a la casa.
Entramos, él descargó su equipaje y empezamos a mirar algunas fotos. Sin más preludio el me tomó de la cintura, me besó y me fue dirigiendo hacia la habitación. Allí sentada sobre la cama, él desamarró mis sandalias y subió sus manos lentamente por mis piernas debajo de mi vestido. Eran aquellas manos, las mismas que me tocaran hace 3 años, y allí las tenía de nuevo quemando mi piel. Nos desnudamos mutuamente e hicimos el amor exquisitamente, una y otra vez, hasta quedar fundidos de cansancio, pero aun sonriendo, sobre la cama desarreglada. Y así, día a día, noche a noche, nos desatrazamos de orgasmos y besos durante aquella magnífica semana… y nunca más lo vi.
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