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Hablaría, si pudiera. O quizás si pensara en vez de jugar con lo loco que se me va ocurriendo. Así podría decir que el mundo es solitario, y que llover es un ejemplo de su soledad, pero eso me agotaría o me haría ver cosas que quizás no quiero. Viajar en micro es la prueba. Ver, cristalizar las luces naranjas de los faroles a través de las gotitas crisálidas, lacónicas, chopinescas que se aparecen y desaparecen como por arte de magia, o entre silencio y silencio, espacio entre canciones, también. Hablar. O el tiempo que corre, cojea, gatea. Hablar. O el tiempo que se escurre en una gotera constante, o en un recuerdito con olor a naftalina remota. Callar. Cantar. Pensar. Caminar se vuelve un vicio, escuchar en vacío, reflexionar sobre las cosas que nunca suceden, sentir las goteritas suicidándose contra el paragua abierto. Llegar. Comentar. Realizar. Terminar. Distorsionar. Laconizar. Amenizar. Se mojan los pies. Se enfría la nariz. La respiración sale con humo, neblina interna. Sólo eres tú y el repiqueteo de las goteritas kamikaze. Sólo ellas y el agua que se cala hasta el fondo del alma. Recordar. Saltar; en una poza. Saltar; en otra poza. La lluvia sube. La lluvia cae. Los pensamientos lamen el pasado lentamente, con aspereza, con arena en el ojo, tierra en todos los lugares que nunca visité. El avance se vuelve imposible, además, no se desea. ¿Y qué se desea? Me pregunta sin decir nada. Pues eso. Nada. Es como si la vida misma fuera estar parado bajo la tarde, esperando que llegue un cartero vikingo montando un camello hindú trayendo la carta que te envía Solimán desde el futuro. Carta amarilla y vistosa, con sello, pero sin líneas adentro.

No es que no pueda decir nada. No es que no sepa hablar. Es sólo que moverse, agitar las manos, mirar se hace imposible. Se va la cuerda, o se viene el mundo, o se entienden las cosas, o no se entiende nada. Pensarlo es dificil, exasperante por sí mismo. Pensarlo es estar solo, siempre solo, siempre buscando pistas en la niebla para encontrar el oasis de los esquimales negros. Y la vista se pone gruesa, y se agrandan las pupilas. Y hay una sensación que se parece a la esperanza, pero no lo es, sino todo lo contrario. Probadamente todo lo contrario. Y sí, te dices, es verdad que la lluvia vive para que las gotas se maten, solas, contra el paragua abierto. Es cierto, tan cierto que los zapatos se humedecen y la nariz se congela, y que los pasos sobre el agua sólo llevan al fondo, o al infinito cielo que perdimos al nacer. Abismantemente cierto. Tanto como estar detenido en medio del desierto, paralizado por tu propia invisibilidad que te sesga y que te moja, y te congela la mirada sobre una poza de agua turbia.

¿Sacar algo en limpio? Pensar es el círculo. Como el día a día. Hablar usando cartelitos en la espalda, ventanas musgosas que lleven al real significado de los juegos de palabra. O los cambios de universo en un tranvía express para conversar en silencio sobre cualquier tema, sobre cualquier cosa, sobre cualquier espacio físico común a todas las verdades. Pero sin decir nada. Nunca nada. Jamás logrando el nexo entre las ideas que conecte una palabra con la otra. Y luchando, desesperadamente, por decir al menos una vez, una vez algo que sea de lo real, o de ese otro lado que parece ser lo cierto, lo único cierto. Ese algo del que hablaría, si pudiera. O quizás si pensara en vez de jugar con lo loco que se me va ocurriendo. Así podría decir que el mundo es solitario, y que llover es un ejemplo de su soledad, pero eso me agotaría o me haría ver cosas que quizás no quiero.

Texto agregado el 02-07-2005, y leído por 220 visitantes. (0 votos)


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