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Me gusta escribir en la tarde, le da un aire bohemio, no sé, además, me crea una sensación de noche y de pasado que sólo yo entiendo. En la mañana pensaba sobre qué iría a decirte, o de qué escribir, o si escribir o no. Pero aquí me ves, y es necesario que te mande este señal-mensaje en donde te muestre y demuestre que más personas de las que crees están al tanto de tus oscuros pasos por la tierra. Dos décadas, igual no es vano. Además, dos décadas suena a cuatro, y cuatro suena a infinito, y entonces nos confundimos de decir lo obvio. ¿Qué hacer para escribir decentemente? No sé. Quisiera escribir por ejemplo sobre lo que haces, o lo que dejas arrastrándose en el aire cada vez que andas parloteando por la vida o moviendo piezas de ajedreces imaginarios. Quisiera escribir de eso, pero no me sale, porque ya me ves, anotando lentamente sobre lo que alcanzo a decir. Pensé en enviarte la historia que escribí el día que llegamos de Licán en el verano (una historia que no mostré en ningún lugar), pero me arrepiento. Como me arrepiento de todo, menos de anotarlo. Y no sé. Decir simplemente "feliz cumpleaños" no basta, no alcanza, no es ni la mínima parte de lo que yo quisiera decir, por ejemplo. Entonces me confundo. Y me quedo empantanado como en semáforo rojo. Pero así somos algunas especies.

Ayer decidí escribirte y que fuera tarde, no en la mañana. De seguro ya al final del día o definitivamente cuando fuera noche. Lo hice a sabiendas para no ser el primero, aunque tampoco el último, sino estar como camuflado entre varios saludos y saludines, o entre felicitaciones salidas de placard. Quizás que me pase de la hora escribiendo y te mande este correo pasado de las 12, la hora de la cenicienta y supuesta alarma máxima para enviarte este mensaje, porque ahora son recién las diez y media, y a veces no alcanzo a terminar ni en horas ni en años. Pero trataré. Porque de pasarme me convertiría en calabaza o quizás que cosa rara de esas que suceden cuando se acaban los hechizos de cuento.

Yo siempre que te veo te noto un aire propio. Aire distintivamente propio, silenciado, certero. En el verano te conocí más, hablamos más, te camuflaste todavía más. Pero esa aura de misterio autista que siempre te ha rodeado es el principal motor para que siempre y siempre yo piense: "ella, tiene un aire propio". Desde el liceo, hasta el 2005. Porque igual, hace media década que te conozco y algo habré aprendido en tanto tiempo. Y me da risueñismo pensar que de las personas que conozco actualmente seas tú una de las más antiguas, y a la vez, una de las más misteriosas. Y aunque pareciera contradicción tu misterio no es místico, sino que transparente. Tu misterio es como de decir las cosas sin tergiversarlas, pero tergiversándolas. Como si todo fuera claro, pero complejo, infinitamente incomunicable, impensado. Yo no sé por qué lo vea así, quizás me equivoque, pero sinceramente lo encuentro lo más magnético del universo. Debe ser porque para algunas cosas tengo buena memoria.

Buena memoria, digo. Me acuerdo de varios días, varias situaciones, sucesos pequeños, siempre poco importantes pero con ese peso que con cada día se hace más grande. Ahora me acuerdo de la historia que inventé, y donde cazábamos ballenas blancas en el lago calafquén. Tú manejabas el timón de nuestra bicicleta acuática pirata, y Marcelo con Enmanuel dirigían sus prácticas bajo el alero del navegante. Era una historia volada, fantástica y sumamente irracional. Y tú andabas de protagonista. En algún momento seguí escribiendo, en otros dejé de hacerlo, ahora guardo el texto como un ejercicio de nostalgia o quizás para alargarlo en el futuro y hacer de él un formato envidiable, o una aventura colosal que descubra los misterios de Licán en un par de palabras estiradas.

"...No podemos rendirnos, dije con un hilillo de voz, y Fabiola, emocionada, me secundó diciendo "Esa ballena no nos la ganará, hemos hoy de conquistar y vencer esta prueba, hemos hoy de demostrar cuan humanos podemos ser, cuan grande es nuestra especie y quien somos en verdad". La arenga llenó de lágrimas los ojos de Enmanuel y Marcelo, que hinchados por el motivo de la gloria humana cogieron el segundo arpón y lo prepararon con una habilidad sorpresiva, dado que nunca habían estado en situación similar. El lago se volcaba contra nosotros con un aire agresivo, las bicicleta-lanchas se movían de un lado a otro pendiendo con ellas nuestra integridad y maniobrabilidad contra el aguerrido tiempo, culpable de tantas cazas infructuosas."

Yo tengo buena memoria, dije. Siempre ando jugando con mis recuerdos propios, doblándolos, forjándolos como si fueran fieros en el fuego del herrero. Me causa adicción quizás, o termino aprendiendo mejor cómo son las cosas que me pasan, o todo lo contrario. Lo llamativo del asunto es que tú siempre te ubiques en esos recuerdos que son como de historias nebulosas, siempre aventurescas o a punto de descubrir algo. Será porque contigo siempre he pensado que uno está a punto de desenmarañar la verdadera razón de las cosas; una llavecita, una palabra secreta que muestra definitivamente la niebla que te empaña nostálgicamente. Aun así, acepto la posibilidad que yo distorsione la realidad, de hecho, la historia de Moby Dick en el Calafquén no es del todo realista... pero disfruto de mis ejercicios fantásticos. Así como también echándole leña a los sueños invertidos, pesadillas divertidas, cosas de ese estilo.

¿Cómo es el tiempo ahora mismo? No lo sé. Igual hace tiempo que no te veo, y cuando te veo, es poco tiempo. Yo empiezo con partidas de ajedrez imaginarias, o a apuntar el cielo en busca de constelaciones invernales. Ahora las veo poco. Todo lo veo poco. No sé como andarás tú, o si no andarás. De seguro caminas entre huesos y cosas extrañas de las que desconozco absolutamente todo, porque es un mundillo vetado para las personas de mi estirpe, encadenadas como zombies a cantar rancheras en el desierto de Atacama. No sé si andarás en tenis todavía, o si ya saliste, o si aun sigues pensando lo mismo que ayer. No tengo certeza siquiera de lo que yo recuerdo, que puede estar doblado por mis propios impulsos inconscientes, como decía Freud. Lo que sí sé es que en este momento se me forma un nudo estomacal de recuerdo de todas las cosas que nunca alcanzo a escribir ni a decir, y que me hacen quedarme callado y mirando con ojos de tonto como el mundo avanza en un relojito adelantado. Así son las cosas. No poder decir es una ley. Por ejemplo, pese a que todo esto que he escrito es más largo que decir simplemente "feliz cumpleaños" encuentro que todavía es demasiado corto, o demasiado abreviado, o que ni en mil años luz podría comunicar todo esa "cosa" pantanosa que se me atora en la garganta a veces.

Y me corto de hablar, pero quiero seguir hablando, para ver si alcanzo a rozar el jaque mate, o si me relaciono mentalmente mejor con Trovolhue y las aventuras fabiolísticas secretas. O si en una de esas me veo de nuevo controlando un lago-océano salvaje, que se carcome a sí mismo en un día lluvioso y lluvioso, y otra vez lluvioso, con pedales, penínsulas y lluvias lluviosas adentro del agua loca. O de señalamientos misteriosos para arriba, oriones varios, siempre oriones varios, estrellas salidas de órbita. De seguro hoy día varias personas te saludaron o escribieron, y apuesto a que no te gusta que te griten y te abracen tanto, pero en el fondo igual debes sentir un calorcito místico que te asoma cuando alguien te dice chillando "feliz cumple fabi!!!!", como las chicas, que son chillonas por naturaleza. No como yo, aturdidamente demente y extraño, pero con apegos profundos a toda esa cosa gelatinosa que se me escurre por algún ojo, como a ti también a veces.

Texto agregado el 02-07-2005, y leído por 319 visitantes. (0 votos)


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