Posiblemente sepa que es, sin lugar a dudas, más importante que yo; casi siempre tiene de su lado la fortuna de permanecer inactiva y descansando sobre una mesita tan desvencijada como ella mientras yo me devano los sesos buscando alguna idea espontánea, cuando no, "original".
Se ufana de su origen carioca, aunque la hibridez de su nombre -una mezcla italo-sajona- lo desmientan.
Algún que otro bracito adolece de rigidez artrítica haciendo que su mecanismo se muestre displicente; ha perdido además dos de los cuatro soportes de gomas y se desplaza afin al traqueteo.
Mis amigos insisten en que haría bien si me dejara de arruinar mi buena salud mental con el insano ejercicio de aporrear una qwerty tan arcaica, y me aseguran que la de la "computer" es más silencioso y, por lo demás, dócil.
No puedo dejar de preguntarles con un marcado dejo de sorna: ¿Y la magia qué? Al carajo con la magia, me contestan la mayoría de las veces, la jodió el marqueting, aseveran como si realmente supieran de que hablan.
Luego, no me extrañó que lo sucedido haya resultado tan obvio. Nadie se cuidó de soltar cuanto pensara delante de ella por lo que decidió escarmentarme, posiblemente ofendida por no defenderla lo suficiente.
Una madrugada (siempre intento escribir de madrugada) noté que se hallaba agazapada en un recóndito y oscuro rincón, junto a unos libros destripados, con dos de sus tentaculitos alzados, como una araña en guardia.
Dejé que el rodillo dispusiera de la correcta posición de una A4, cuando subitamente, y sin que me diera tiempo de hacer crujir los dedos, comenzó a accionar, como atacada por espasmos, la letra equis en hileras que pronto dieron cuenta de la carilla.
Puse una nueva A4 con más rencor que oficio, pero ella la atacó con la constancia de su equis que repitió hasta acabar otra carilla.
Furioso la dí contra el suelo y luego le solté dos puntapies y, a la cuarta o quinta vez que hube de pararmele encima, sospeché que era demasiado el rigor y el salvajismo y, tras levantarla y limpiarle el polvo, le ofrecó palabras conciliatorias y algunas palmaditas que recibió seria e inmovil.
Deseosa de comenzar de una vez por todas a escribir, coloqué una nueva hoja la cual se deslizó suavemente con la ayuda del rodillo.
No tuve tiempo de teclear la primera frase cuando ella alzó un bracito a modo de advertencia, y luego otro, y luego otro, hasta llenar la carilla con un epíteto más que evidente:
hijodeputahijodeputahijodeputahijodeputa... etcétera.- |