Una frase. Por lo menos construir una mínima frase para dejar como comienzo. Ejercicio de habilidad. Desafío. Para obligarme después a continuar. Más tarde, claro. Para crearme el hábito y la disciplina y el trabajo de hacer. Una frase. Venciendo el asedio del silencio. Del cansancio. De la casi certeza absurda de que ya todo ha sido escrito, pensado, comunicado. Una frase simple, hasta boba, del tipo comillas Ella caminaba sola por la calle en sombras cuando comillas y puntos suspensivos
O mejor comillas Me levanto coma apoyo los pies desnudos en el suelo helado coma camino aterido ignorando al espejo que con crueldad se esmera un instante en retener mi desnudez pálida y voy hacia la ventana y la noche porque puntos suspensivos comillas
Y después retormarlo. En lo posible, mucho después. Cuando, cargado de un día más o vacío de varios menos, vuelva a darme cita en la misma hoja y piense –todo soledad de mí mismo, todo yo a flor de piel-, que el ser reflejado en el espejo no soy yo sino una proyección universal; ese suelo, entonces, no será uno más sino el único, el suelo mítico, el piso sagrado donde ha sido posible trazar un círculo de encanto. Su frialdad hostil, la infinita idea de lo helado y el cristal de azogue, la auténtica clave de todos los retornos. La desnudez será la de Adán en el jardín inalcanzable. Aquella noche, la oscuridad total. Y esa ventana, el ojo insomne de un dios sin apellidos.
Cuando lo retome habré de construir, tal vez, todo eso. Descubriendo en la mitad de la cama (que tendrá que ser tálamo ancestral), la silueta dormida –saciada de yodo y de alga, de besos marinos, de idas y venidas oceánicas, colmada de espuma, de rumor y de caricia-, de la muchacha que en un primer párrafo casi bobo, caminaba absorta por una calle...
Entonces todo habrá ocurrido. Sí, todo. Y nada. Porque estaré de nuevo buscando. Para mí. Una frase.
Mario G. Linares
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