Sus ojos negros entraron profundamente en mi mirada. Hacia tiempo que no observaba esos ojos, hacia tiempo que no los veía manchados en sangre. El ocaso se había puesto minutos antes y la luna, observando la condena en que vivíamos, nos mostraba el camino por el cual debíamos transitar por toda la eternidad. El rocío de cada noche, esta vez, mojaba bellamente nuestras figuras. Las gotas acariciaban tiernamente su rostro, marcando un camino hacia sus labios rojizos, un camino que se tornaba rojo al encontrarse con sus ojos y yo no queriendo aceptar esa situación lo abrasé con todas mis fuerzas y nuestros corazones, por un instante, armonizaron al unísono, tocando la más melancólica de las melodías. Mis manos recorrieron lentamente sus brazos envueltos en un fino cortesano saco negro. Nuestras nítidas pupilas oscuras se encontraron y mientras mis afilados colmillos se asomaban en mis labios, él me pregunto dulcemente porque ahora yo lloraba. Sentía tanto dolor, tanta angustia y tanta soledad como no los había sentido desde el momento en que mi destino se había unido, gracias a él, a los no-muertos siglos atrás. Todavía con esa noche en mi memoria y viendo que él tenía que partir, lo besé con tanta pasión como solo lo puede hacer un vampiro. Lo amé, realmente lo hice, hasta el punto de saber lo que significa querer morir por alguien al no poder estar a su lado ni compartir esas largas noches en agonía. Me pareció tenerlo en mis brazos, pero cuando abrí mis ojos y enfoque su figura, me di cuenta de que estaría muy lejos de volver a sentirlo y de recorrer esos callejones nuevamente junto a él. Me sentí morir. Todavía lo hago. Mi Sir me había abandonado. El ser que me había creado y al que yo logré amar de una manera pasional nunca imaginada se alejo de mí. Todavía sigo vagando, sí, pero esperando el momento en que no tenga más energía y que ni siquiera mi instinto de cazadora me pueda hacer seguir adelante como lo ha hecho en todos estos años sin él.
A lo lejos una Catedral y junto a ella seis campanadas que muestran el fin de otro siglo de tortura… talvez si me quedara… talvez si dejara que el amanecer entrara en mis ojos… |