Despertó temprano, ante un dolor punzante de estómago. Los nervios nuevamente le habían ganado la batalla a su psiquis. Se vistió, mientras esa acidez volvía a treparle la tráquea. Con los ojos vacíos ordenó sus libros en el maletín, a la vez que recorría todos los rincones del cuarto, para no olvidarse nada. Luego la rutina de siempre, el ascensor, la puerta de calle, el tintineo de las llaves, ese olor metálico jugando entre sus dedos, la dualidad de ser hombre y maestro de niños no videntes...

Ana Cecilia.