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Sentado en su habitación Atilano Mantarraya Bocanegra, repasaba mentalmente los acontecimientos que desembocaron en su actual situación. La oscuridad total (hacía ya dos semanas que la compañía de Luz y Fuerza le había suspendido el servicio), no era un impedimento para hacer un inventario de los escasos bienes restantes: Un catre de resortes, una silla de madera, una mesa plegable, un radio reloj, una toalla de motel y dos cajas de detergente FOCA que contenían el total de sus posesiones. Lejanos se sentían los días de prosperidad: los coches, la casa en los suburbios, la cuenta en el banco, el club deportivo, escuelas privadas, su esposa, sus hijos...
Ahora, recluido desde hacía tres días en esa habitación, con sólo cerrar los ojos (algo que en una habitación oscura no es muy necesario), podía ubicar a la perfección cada objeto. Sabía que en la caja de la izquierda, debajo de sus boxers de piñas y palmeras, envuelto en una camiseta roja, se encontraba el último vínculo con su pasado. Ese objeto era suyo desde que tenía memoria, fue un regalo de su abuelo y había jurado que nunca se desharía de tan valiosa reliquia.

El objeto en cuestión, una pistola Colt modelo 1911 calibre 45, fue el arma reglamentaria que utilizó su abuelo en el ejército, la recibió al cumplir los cinco años y “El Coronel”, como le gustaba que le llamaran, lo hizo jurar que la conservaría para entregarla a su vez a su primogénito. Ahora bajo su nueva perspectiva, la promesa carecía de valor.

Su entrenamiento ejecutivo, lo hizo evaluar su situación actual y considerar las posibles alternativas. “Todo está de la chingada” murmuró para sí mismo, no veo otra solución posible. A tientas alcanzó la caja de la izquierda, tomó el paquete envuelto en la camiseta roja y lo abrió. Sintió en sus manos el frío beso del acero, percibió el dulce aroma del aceite para armas y sintió entre sus manos la textura de la concha nácar con que estaban hechas las cachas del arma. Usando la camiseta como paño, limpió el arma, en la oscuridad absoluta sintió con certeza que el arma estaba impecable, años de repetir este ritual, le permitían reconocer una pistola limpia con solo tocarla.
Se incorporó de la cama y de la caja de la derecha, sacó su última camisa limpia, un pantalón de casimir y unos zapatos negros con suela de goma. Se vistió frente a la pared y, un inexistente espejo le devolvió una imagen que no podía ver. Se sintió satisfecho por primera vez desde hacía ya muchos meses. Sopesó la pistola entre sus manos, retiró el cargador y comprobó que el arma estaba abastecida con cinco cartuchos de punta hueca. “Suficiente para lo que la quiero” expresó en voz alta. Se fajó la pistola en la cintura, cubriéndola con la camisa y salió de la habitación. Nervioso repasó su plan de acción y se encaminó a la salida.
El lugar estaba solitario, “perfecto” pensó “no quiero testigos”, a paso firme se dirigió al único empleado que cubría el turno de madrugada en el minisuper, desenfundó la pistola y enfrentándolo le dijo:
“Oiga Don José, ¿No me la cambia por dos cartones de Camel´s sin filtro y un billete de lotería? .

Texto agregado el 01-07-2005, y leído por 364 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
07-06-2006 nooooo, no es posible miguelito ke el tipo haga eso! por lo menos debió pedir dos cachitos y cuatro cartones... pobre abuelo KaReLI
23-05-2006 Te dejo 5 uff que barbaro, una sorpresa de final, este cuento tuyo me encantò por que de plano nos tomaste por sorpresa. Excelente narraciòn, palabras precisas. Buenìsimo tigrilla
20-05-2006 5* marasu
01-04-2006 Muy bueno. honeyrocio
16-02-2006 Muy bueno. Realmente muy bueno. Sigo estrellándote vaerjuma
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