Camina descalzo sobre la arena mojada. La playa desierta se extiende hasta donde alcanza su vista y, supongo que mucho más allá. Tan sólo, de vez en cuando, el graznido de una gaviota mancha el murmullo constante y apetecible de las olas al romper suavemente en la playa. Sobre el horizonte, un sol encarnado asoma perezoso deshaciendo los jirones de bruma que reinaron durante la noche.
A lo lejos, como ya a dos o tres kilómetros, descansan sobre la arena el resto de cuerpos que disfrutaron de la rave. Entre ellos el de Mónica, con su culo duro y redondo dibujándose sobre la tierra de la playa.
Ya le aburre Mónica, ya le aburre todo. Dos años seguidos sin normas ni rutinas laborales. Tan sólo dejándose llevar, de fiesta en fiesta, de sensación en sensación. Fue una huida hacía adelante porque ya no había ningún otro lugar hacía donde huir.
Probó antes muchas cosas pero siempre dentro de los márgenes de lo que se puede y debe hacer. Todas le llenaban al principio, nuevas metas, nuevas ilusiones, pero con el paso de los días iban pesándole más hasta saciarlo y hacerle sentir nauseas. Tras cada vómito, un nuevo intento, una nueva esperanza que cada vez se truncaba más pronto.
Al final lo vendió todo. Casa, torre, coche y moto y se dedicó a no hacer nada, o mejor dicho, a no parar de hacer cosas, a vivir cada día como si fuera el último. El mundo de los excesos, el mundo prohibido, también le ilusionó al principio. Esta vez han sido dos años los que ha aguantado, pero ¿Ahora qué?.
Quemada también esta etapa ya piensa que nada le queda. Todo probado todo descartado. ¿Y ahora qué?.
El mar está lindo, calmo y de un azul claro que invita a abrazarlo. Cuando se desnuda del todo, tan sólo piensa en llegar hasta donde sale el sol y así, adentrándose en el mar, ahora quizás ya sea la mar, se aleja nadando hasta un infinito que sabe que nunca alcanzará.
Sucede que ya lleva dos horas nadando, sucede que le pesan los brazos, sucede que se le agarrotan las piernas, sucede que ya la coca no actúa con la misma fuerza que antes.
Se detiene y mira. Sólo hay agua, sólo agua, sólo agua. Desearía un madero a donde poder asirse, una barca que lo llevara a tierra, pero está sólo. Ahora siente que se ha precipitado, que todavía podía haber...
Lágrimas gordas y saladas resbalan por sus mejillas y llenan todavía más la inmensa mar.
Ahora no quiere, pero ahora ya no hay vuelta atrás. Mientras se hunde agotado y el agua penetra en sus pulmones piensa en Mónica, piensa en su madre muerta y en todas las cosas que ahora se apercibe que todavía le restaron por hacer.
Quizá los relatos no surjan por si solos. Tal vez tu cerebro siempre recupere una historia, algo que oyó, algo que sucedió hace mucho tiempo.
Quizá, sin saber porque, haya recordado ahora esa noticia de hace ya tantos años en la que se explicaba que el marido de una artista local de mi Barcelona natal había desaparecido durante la travesía en barco entre Mallorca y Barcelona. Ese desaparecer, era, por supuesto, un eufemismo y esa manera de hacerlo no era en nada novedosa.
Quizá, esa noticia me hizo recordar otra cosa. Quizá una noche de finales de agosto todavía más lejana en el tiempo. Quizá de cuando tenía diecinueve años y todavía creía que el tiempo, mi tiempo, era infinito. Quizá un viaje hasta Menorca en barco, quizá en el mismo de la noticia de los periódicos, una noche, ocho horas en un viejo y gran paquebote, para disfrutar junto a unos amigos de Ciutadella de los últimos días de verano antes de comenzar las clases de septiembre. Quizá entonces los aviones eran mucho más caros y mucha gente elegía la opción de pasar la noche en un barco y amanecer al día siguiente en las Islas Baleares.
Quizá esa noche de finales de agosto la mar estaba terriblemente picada, quizá había tormenta con rayos que rompían el cielo, lluvia que ensordecía el mundo y quizá ese barco se balanceaba mientras surcaba las olas.
Quizá por yo casi no tener dinero, intentaba dormir en el patio de butacas, la opción más barata para llegar a Menorca.
Quizá me mareé demasiado, quizá me hastié de oír los ronquidos del pasajero de mi butaca contigua, quizá salí fuera y agarrado a la barandilla dejé que el agua empapara mi cuerpo.
Quizá cuando ya iba a entrar, para secarme y cambiarme de ropa otro portón, de la zona donde su ubicaban los camarotes, mucho más hacia la popa, se abrió y en la, a ratos, oscura noche alguien más salió a cubierta.
Quizá quien salió fuera una mujer oronda de unos cuarenta y pico años, tocada con una permanente rubia, y cubierta hasta los tobillos con un vestido amplio y largo de lino blanco.
Quizá se asomo a la borda, y miró lentamente sin verme a un lado y a otro del barco.
Quizá se santiguó dos veces con movimientos lentos y comenzó a intentar trabajosamente trepar por la barandilla.
Quizá mientras se precitaba al mar, el vestido se le subió hasta enrollársele a la altura de los brazos dejando ver, a la luz de un relámpago, su cuerpo fofo y blanco cubierto únicamente ahora por unas bragas feas y rojas.
Quizá, y este quizá es todavía más quizá que todos los demás, cuando volvió a emerger vio a alguien sobre la cubierta, quizá levanto la mano y quizá intento gritar algo. Quizá la lluvia caía tan fuerte que quizá quien estaba arriba nunca supo si la mujer se despedía del mundo o, arrepentida intentaba pedir ayuda.
Quizá la vi desaparecer entre las olas y luego quizá regresé otra vez al patio de butacas. Quizá fui a los baños, me sequé, me puse ropa limpia y me acomodé en mi butaca para dormir.
Quizá al amanecer siguiente, mientras todo el mundo desembarcaba, intentaba adivinar si alguien estaba buscando y no encontrando a alguien. Quizá a una mujer oronda, rubia y de unos cuarenta y pico años.
Quizá compré los periódicos, durante los días posteriores, y los leí con avidez esperando encontrar alguna noticia.
Quizá nunca conté esto a nadie y quizá cuando leí la noticia del marido de la artista volví a recordar la historia.
O quizá no, quizá esta historia continúa volviendo a mi cabeza y se infiltra en mis sueños desvelando mis noches.
Quizá sobre todo durante las noches de tormenta.
Quizá no se arrepintió en el último momento y quizá sólo levantaba la mano como acto reflejo o para despedirse del mundo.
Quizá.
Vuestro, fabulando, o no;
Dolordebarriga
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