En un camino polvoriento que facilitaba la entrada al pueblo, algún distraído viajero dejo caer una monedilla de cobre, que hacia mucho tiempo había perdido su poco valor, la cual un tanto después fue encontrada por otro caminante pero este la lanzo de nuevo al camino, al comprobar su poco valor, otro hombre de buena clase también la encontró pero igual mente la rechazo, casi lanzándola a los pies de un hambriento vagabundo que le seguía los pasos.
Este ultimo hombre, también reconocía el valor de aquella monedilla de cobre que aun yacía a sus pies, pero que él miraba ingenuamente, aun así la recogió y la guardo en el único bolsillo que no estaba roto. Siguió su camino, hacia el pueblo, en búsqueda de trabajo a cambio de algo de comida y bebida.
Por su extraño y feo aspecto, la gran mayoría de la gente le rechazaba antes de que él pudiera explicar lo que buscaba, y los niños se burlaban de él, mientras le tiraban piedras, almendras secas o cualquier objeto que encontraran.
Llegada la tarde, sentía su estomago pegarse fuertemente a su espinazo, al igual que su estima al suelo polvoriento de aquel intolerante pueblo. Así que no pudiendo ni con su propio pellejo a cuestas, retorno al camino de salida, hacia un bosque que le esperaba junto al frió de una oscura noche.
Mientras caminaba hacia las afueras del pueblo, con la cabeza enterrada en sus bajos pensamientos, con su barriga llena de infamia, su vestidura arruinada por el tiempo y su único bolsillo repleto de esperanzas forjadas en una monedilla de cobre sin ningún valor.
Sé precipito de frente, con un joven comerciante, de aspecto noble y rostro
humilde, quien venia entrando al pueblo y quien también venia distraído, escuchando el cantar de las aves que se preparan para ir a dormir.
Ambos cayeron al suelo, uno frente al otro, asustados e impresionados por el golpe, y mientras el vagabundo solo esperaba ser reprimido por el joven comerciante por su torpeza, este en realidad gozaba de un muy buen humor y empezó a reír a carcajadas, por el singular hecho.
El vagabundo empezó también a contagiarse de aquel positivo ser, tanto así que se acordó de su pequeña monedilla que otros habían abandonado, entonces noto con impulsivo desespero que la había perdido, así principió una ardua búsqueda de su monedilla de cobre con tan inmenso valor para él.
El joven comerciante le veía correr de un lado a otro desesperadamente, y sin mucho entender, intento levantarse para proseguir su camino, pero al colocar su mano en el arenoso suelo, percibió un extraño objeto el cual reconoció como una pequeña moneda, reconociendo de inmediato que tal vez esto era lo que había provocado esa intensa búsqueda de su nuevo desconocido. La tomo entre sus dedos para echarle un vistazo, y para su sorpresa, como coleccionista de monedas, fue que esta era la más rara y difícil moneda de colección.
Por ser un hombre de excelentes ideales y moral, no tomo como suya aquella moneda que yacía en sus manos, así que aun sentado en el suelo, llamo al vagabundo, mostrándole con la mano en alto lo que había encontrado, esté le arrebato casi vehementemente su preciada monedilla.
Mas el comerciante y también coleccionista, estaba fascinado con aquella monedilla, que pretendía conseguir honradamente de las manos de su nuevo amigo, que le ofreció en sus propias manos cuatro monedas de oro por ella, el vagabundo quedo estupefacto con todo aquel dinero que le brindaba el comerciante por aquella monedilla que otros habían rechazado por su insignificante valor. El comerciante noto que tal precio era aun poco por aquella difícil y rara monedilla, así que le entregó siete monedas de oro en total, además de invitarlo a darse un baño, regalarle algunos vestidos y comer decentemente.
Desde entonces ambos hombres se hicieron tan amigos, que se les veía andar juntos, negociar y apreciar las cosas hermosas que ofrece la vida.
El vagabundo se hizo comerciante como su amigo, a la vez de coleccionista pero no de monedas sino de lo que provoco aquella monedilla, así fue como se convirtió en coleccionista de hombres que como él necesito apreció, oportunidades y algo con alimentar sus sueños.
Carlos Alberto Díaz Reales
Septiembre 18 del 2003
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