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EL TANGO, GARDEL Y LA CIUDAD QUE LO VIO MORIR E INMORTALIZARSE

Me cuenta mi padre Darío Ramírez, que vio un fogonazo espantoso desde un morro donde él estaba, eran las tres y cinco minutos de la tarde del 24 de julio de 1935, cuando Carlos Gardel, El zorzal criollo, murió en un absurdo accidente en el aeropuerto Enrique Olaya Herrera de Medellín, que había empezado a operar en 1932, gracias al impulso que le dio Don Gonzalo Mejía, pionero de la carretera al mar, de muchas industrias entre ellas la aviación, la navegación y el cine, donde Gardel empezaba a universalizarse a través de sus películas, una novedad de la época.

Carlos Gardel, quedó casi carbonizado, al parecer el accidente se debió a una fuerte corriente de aire que atravesó la pista del aeropuerto cuando la nave donde estaba Gardel, se disponía a despegar, llevándola a chocar de frente con otro avión, que estaba en movimiento.

El tango por su carácter urbano, por cantarle a la vida en el mismo lenguaje de la cultura de los marginados, por narrar musicalmente la historia menuda del sufrimiento cotidiano de los excluidos, por ser un canto a la desesperanza, la tristeza que se baila, por brotar del lenguaje de los excluidos, entró y cayó de perlas en Guayaquil, un barrio de Medellín, que empezaba a ser la ciudad de los pobres, después de la construcción en 1894 de la plaza de mercada por Don Carlos Coroliano Amador Fernández y se convertiría en un puerto de llegada a partir de 1914, con la construcción de la estación del ferrocarril.

Medellín, se conmovió como nunca con la muerte del Zorzal criollo, el tango que se había instalado en Guayaquil se extendió por toda la geografía de la ciudad y Medallín se hizo tanguera, teniendo en Manrique Central el epicentro de la leyenda gardeliana, con la gran estatua del cantante, como punto de referencia de un culto que tomó raíces en la idiosincrasia del antioqueño.

La muerte de Gardel, simplemente le dio patente al tango, “el gotan” en el lenguaje de los malevos de guayaco, para que se bailara y se cantara no solo en los bajos fondos sino en toda ancha esfera de la ciudad, desplazando el fox-trot de las clases altas, Gardel se quedó en el alma de Medellín y empezó a entrar como afiche a muchas piezas de las adolescentes de ese entonces, que después de su muerte empezaron a descolgar las láminas de Rodolfo Valentino, para reemplazarlas por el zorzal criollo, que según la vieja guardia, cada día canta mejor.

Guayaquil ya era una ciudad dentro de la ciudad, era el centro del pobre, de los ladrones, los guapos, las prostitutas, los malevos, los excluidos, existía la Bayadera, el santuario de los ladrones donde no era capaz de ingresar la policía.

El tango entró en la ciudad por los barrios de abajo, como Barrio Triste, el barrio Colón y en general Guayaquil, por allí se escondía el contrabando, se ejercía de manera abierta la prostitución, en una sociedad mojigata, conservadora e hipócrita rezandera, que desde esta época tenía un mercado de reservadas y desleales competidoras de las putas pobres, que instalaban su negocio de bajo vientre en cualquier callejuela oscura de Guayaquil, que se pobló de cantinas, donde mandaba su majestad el tango.

La pluma de Tartarín Moreira, un insigne poeta antioqueño, ya olvidado por las veleidades de la moda del consumismo literario, nos pinta de manera magistral una de esas cantinas de Guayaquil, donde Gardel empezó a inmortalizarse.

“Tabernucho de arrabal.
Una empolvada estantería muestra enfiladas militarmente algunas botellas.
Desde un rincón la granófola avienta hasta la calle su gruñido, son de tango asesinado para regocijo de los parroquianos de sombrero oblicuo y cuchillo atrás.
Olor a tabaco que se fuma, batiéndose por dominar el tufo de talco barato y claveles cuya aroma claudica en la alcoba vecina.
Piezuca empegotada de laminones y cursis litografías, postales de besos furibundos, retratos al desnudos de mujeres, recortados de revistas, Valentino como siempre luce sus ojos sesgados y su vanidad de artista gomoso.
Cortinas de cretona impunemente florecidas. Chocar de vasos. Mujeres espantosamente pintadas. Hombres con cara de tragedia. Y como figura central, la otoñal busca la vida, que ahora padece de gorduras tardas e intenta andares de frágil quinceañera. Muestra al reír, dientes forrados en oro. Y se explica uno como aquellos tacones que parecen cabos de martillo, puedan acarrear las tres toneladas de grasa que llevan encima”

Carlos Gardel el día anterior, 23 de junio de 1935, había cantado en Bogotá los siguientes tangos: Tengo miedo de tus ojos, Melodía de arrabal, No te engañes corazón, Silencio en la noche.

Desde estas páginas, quiero cantor de los pobres y desamparados, en este mes del luctuoso recordatorio brindar por tu voz, hoy más que nunca vigente.
Salud inmortal.

William H Ramírez P
2005

Texto agregado el 30-06-2005, y leído por 141 visitantes. (0 votos)


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