I. Karla.
Deseo mi muerte al no poder probar el hielo fúnebre de tus labios marchitos. Haz clavado el acero firme y duro de tu rechazo profundamente en mis entrañas. Tu amor mata, tu amor quema al ser llama. Eres hombre y eres dama, eres el corazón embalsamado de un amante sombrío. Ave tempestuosa que amo por su presencia en mi alma torturada por tu pico de oro y tus garras sombrías. Cuervo de amor, te amo por blanca y negra, por ángel y demonio.
Finalmente te amo porque no quieres ser amada.
II. Mónica.
Un espejo se pasea frente al infranqueable muro de la mentira. Y es mi rostro el que se ve reflejado. Viene a mi lado la madre de todas las agonías, el monstruo vacuo e inherente a un ser hecho de sombras. Y busco un verbo calificativo de tristeza, y no encuentro más que adjetivos blancos llenos de sonrisas que modifican un sustantivo radiactivo y letal. Me sobran las palabras, me falta puntería para describir la sensación que nace de la muerte de estados mentales sanos. Algunos la llaman soledad. Yo la llamo inherencia del auto-conciente.
Finalmente estar sólo es existir.
III. Alejandra.
Por tu presencia se escarmientan los recuerdos. Cantan con espasmos violentos tu nombre. ¡Ay viajera errante en mi mente! ¿Por qué te has metido tan profundo? Luchar contigo es en vano mujer. Tú, maldita, parasitaste mi inocencia, la mezclaste con mi odio y la convertiste en un arma que ahora apunta a mi cabeza. Y pensar que te creí de existencia perfecta. Derramé borbotones de versos que ahora están en el alcantarillado de tu memoria y de la mía. Alguna vez bailaste en mis suspiros; ya verás que cuando la muerte venga y te busque seré yo quien baile, sobre tu tumba.
Finalmente ya sé que no existes.
IV. Andrea.
Descubrí en las palabras bellas tu rostro y tu cuerpo. Miré más allá de tus pupilas y encontré a mi propio Narciso. Y mientras los ángeles cantaban el preludio de un amor inminente, nuestras palmas se vieron cara a cara. Se mezclaron las cabezas, nos rompimos los brazos y el cristalino derramó hielo sobre las planicies arenosas de tu rostro. Después dirías que hubiera sido necesario un abrazo. Yo no tendría la menor duda. La tierra giró dos veces y luego se paralizó. De nuevo, mis pies me llevaron a los tuyos. Bajo una sinfonía nocturna se dislocó la noche. La madrugada cantó con gritos de alivio, y acostados al calor del momento se cruzaron los besos. Se rompió el llanto de una vida y estalló en carcajadas. Yo te llamaba bella, tú me llamabas bello. Sin embargo cayeron sobre nosotros toneladas de hirientes kilómetros que mientras caían cortaban y se clavaban en ambos corazones. Por unos meses la vida pareció inapetente. Ahora tengo hambre de ti. Y más aún desde que dejé de llamarte Bella.
Finalmente me doy cuenta que no estaba bien contigo, pero estoy peor sin ti.
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