Aturdida por el caos que sin piedad oscurecía mis días,
creí mi salvación aquella mano extendida surgiendo de
las sombras. Me aferré a ella y seguí sus pasos.
Sí, ya sé, no era el viento que rugía el sonido que escuchaba...
Era su voz aullando la suerte que correría en aquel camino.
Las flores y frutos que avizoraban fueron los de zarzas interminables.
Aquel color del sendero no era rojo pasión, era eterno desangrarse.
Fue demasiado tarde cuando me explicó que él sembró la oscuridad
para que no lo siga, fue mi elección seguirlo, dijo.
Transcurría el tiempo sin hallar la salida. Me convencí de que
jamás escaparía. Debía aceptar mi suerte.
Es raro... el dolor que amedrenta en moderadas dosis, es el mismo
que anestesia sobrepasado el límite.
La flaqueza se torna en descomunal fuerza... Se anula la razón.
Centelleó en mis ojos un extraño brillo, el negro se convirtió en
blanco enceguecedor.
No hubo testigos, nadie lamentó su ausencia...
Ahora aprendí a caminar sola y a temer a mi propia oscuridad
cuando se torna todo blanco.