Hoy duermo en la cantina, solo, con el aguardiente hasta el cuello y los pies embargados. Al otro lado de la barra, solo, duerme Nicolás, más borracho y más solo. Junto a mí, sola, duerme mi comadre María Luisa. Hoy no me cobró. Es Navidad, me dijo. Hoy sería pecado cobrar, hay tanta gente sola en Navidad...
Ay, María Luisita, tú, la mujer más sola del mundo, abandonada hasta de la enfermedad de las mujeres de la vida, me tienes lástima y no cobras por darme lo único que tienes.
Pero ya me dijiste un día: Fernandito, siempre me dejás propina que yo no te pido y es cuando me mirás que parece que me querés. Nunca nadie me miró así.
Es que yo te quiero, le dije.
Vos no me querés, querés mi coño y mis labios y me pagás por ello en plata contante y sonante, -sonrió- cuando tenés.
Pero es que tengo también plata ahorrada en los ojos. Con lo que te he mirado ya has de tener para comprar ese ranchito que siempre quisiste, contesté.
María Luisa me observó un momento con sus pupilas engañadas, difuminadas en años de tragos de aguardiente.
-Y lo compré, pero se lo regalé antesdeayer a Nicolás cuando me recogió en el callejón, me dio de cenar y me acostó en su cama.
Inclinó un poco la cabeza y se pasó la mano por el pelo. Sola, dijo.
Y Nicolás ahí dormido, solo, borracho y propietario del ranchito de nuestros sueños, con el fruto de los cientos de horas de mis miradas. Los hay con suerte.
Y yo aquí solo, con ellos y con solo un cigarrillo.
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