Los objetos nos hablan, pero tienen muy poco que decir. Que nadie dé crédito alguno a mi mesilla de noche. Le asaltan los celos cada vez que me retraso y se inventa todo tipo de historias difamatorias. Peor es el caso de los espejos, que no tienen nada mejor que hacer que ofender al primero que se les pone por delante. Las frutas, por ejemplo, son reservadas. Las paredes, como todo el mundo sabe, son prudentes y apenas hablan. Las papeleras también son objetos fiables en los que uno puede confiar. Pero la mayoría de ellos no hablan más que para llamar nuestra atención sobre ellos. Sólo se interesan por ellos mismos, por que se les reconozcan sus cualidades y se les compare positivamente con los de su especie.
Conocí a un hombre en una situación desesperante. Tenía un coche, cuya guantera disfrutaba humillándolo en público. Cada vez que subía a alguien la guantera empezaba a relatar todo tipo de historias vergonzantes acerca de él y, lo peor de todo, es que lo hacía con gracia e ingenio. El coche, qué duda cabe, era inglés. La situación era especialmente dolorosa cuando subía a alguna mujer por la que estaba interesado y decididamente dramática cuando su empresa le encargaba llevar a algún representante o a algún directivo a donde fuera.
Los mejores interlocutores son los objetos más imperecederos. Aquellos que estaban aquí antes que nosotros y que saben que nos sobrevivirán. Las piedras serían un buen ejemplo si no fuera porque son un poco tercas y cerradas y cuesta ganarse su confianza. Los árboles, por ejemplo. Nosotros somos un momento insignificante comparados con su larga existencia. Por ello tienen una astucia especial para relativizar aquello que nos preocupa y suelen dar los mejores consejos. También son grandes interlocutores aquellos que se saben apreciados, que de una forma u otra saben que tienen todo nuestro respeto. Los vasos de leche o los yogures que tomamos para desayunar. Hablan poco, pero saben escuchar. Nosotros les somos fieles y cada mañana acudimos a ellos, y aunque no les dediquemos mucho tiempo, les dedicamos toda la atención. Ellos en contrapartida escuchan impasibles y atentos los sueños que hemos tenido por la noche, nuestros aburridos planes para el día y nuestras esperanzas para el futuro. Las tazas de café, los paquetes de tabaco tienen además una fuerte personalidad. Los radiadores tardan en calentarse, pero acaban siendo unos verdaderos pelmazos. Pero en este sentido, permítanme alertarles en contra de los platos, los relojes, las regaderas, las herramientas metálicas de todo tipo y las lechugas. Al principio nos seducen, pero no tardamos en descubrir su insoportable pedantería y cuando entonces las rehuimos, su rencor y su desdén les convierten en temibles enemigos.
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