Cuando en la vida no hay nada más, cuando eres terriblemente imperfecta, fea, bajita, flaca, gorda, antipática, austera y apenas crees en el ser humano, descubrir que hay algo que haces bien, que sale solo, se desliza de tu imaginación y lo representan con letras, es tan maravilloso como descubrir que después de todo nada es tan malo.
Escribir es mi pasión desde pequeña, hasta el punto, de que creo que es lo único que realmente hago bien. Me siento, y mis manos comienzan a trabajar, sin darme cuenta he inventado una historia. Pero, como todo hay cara y cruz, escribir bien ya no vale, ser capaz de escribir una historia no es suficiente.
Aunque me dedique a otras cosas, me siento y considero escritora, aunque cuando me lo pregunten responda “Soy abogada”, mi corazón recuerda el último pedacito de mi que he escrito. Escribir, hace que sea capaz de olvidar el dolor, me da la oportunidad de soñar, de inventar aquello que no puedo hacer realidad, de comprender y ser comprendida. Ya no importa si a alguien le importa lo que escribo, si mi historia es publicable, ... cualquier objeto terrenal, es imposible hacerme más completa, más entera más satisfecha que unas cuantas frases garabateadas sobre la marcha, avanzando sin preguntarme en qué acabará aquello.
Cualquier expectativa es indiferente, nunca traficaré con esto, ni siquiera soñaré que mis historias llegan a los demás, me conformaré con saber que puedo y lo hago. Que en el fondo de mi misma, aún queda algo por decir, que en e fondo hay amor, y que no permitiré que la frustración de no poder, de ser rechazada empañe todo lo que aún tengo que decir.
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