Faltan tres minutos para las tres de la tarde. Como todas las tardes de todos mis lunes, estoy sentada frente al edificio, repasando de mentira las notas del examen que tengo en 8 minutos, sin entender el punto de leerme notas cortas de clases a las que pasé horas atenta y de las cuales, en teoría debería conocer todo.
Pero algo hay que hacer, algo que sea una excusa para sentarme estos 7 minutos que ahora faltan, mientras la gente y el día viajan en cámara lenta y yo solo espero que salgas de tu clase, impaciente por la lentitud de este tiempo, esperando que pases un segundo tu vista por mi espacio, y ruego en silencio no caer, durante ese segundo, en el único punto ciego de tu mirada.
Entonces llegas.
Un derrumbe de momentos imposible de ver pasar pone tu figura en mis iris, en mis córneas, pupilas, conos y bastones, mientras detecto con el alma el sutil movimiento con que tu pie derecho se apoya en el piso de caico, se apoya en el piso y sacude las páginas de mi cuaderno, los planes de mi día, el hambre de la noche, el cansancio que tenia.
Por instinto, detecto el motor primario que es tu pie izquierdo cuando cae por inercia, mueve hacia otro sitio el aire que yo estaba a punto de respirar, mi aire falta y generas suspiros y un pecho hinchado de emoción y súbitos ataques de alegría.
Faltan ahora, 6 minutos y medio... atascados en el segundo que define la mitad de este minuto, y que no se cansa de existir; a mi se me va entre ráfagas de éxtasis con la ilusión de ser sangre, de ser piel, de ser tu dedo índice y estar junto a tu dedo pulgar, ser pigmento de tu pelo y onda de tu pelo, y poro de tu cara perfecta; volverme perfecta porque soy de ti.
...Y ser un segundo más de tu mirada que aún no me mira.
En mi cuenta regresiva, va el minuto 6 en punto cuando me arrebata la revelación de que tengo un mar oleado en los pulmones, y tú eres la brisa; y mientras eres la brisa me doy cuenta, que ya no basta con escribir y re-escribirme en la mente, esta, tu historia, que necesito proyectar la música que me mueve cuando te mueves, y tu cabello salta... y que necesito penetrar tu ropa y hacer nido en cada leve hendidura de tu pecho, como tus lentes oscuros que se mezclan y se pierden en ese, de nuevo, tu pelo.
Me concentro únicamente en ti.
Se me ocurre un teatral hola inicial, teatral solo por el coraje que requiere decirte hola.
Se me ocurren millones de frases que puedan terminar esa primera, y pienso con sarcasmo en lo conveniente que es haberme vuelto indecisa en este preciso instante.
Tu próximo paso choca mis pensamientos dejándome en blanco.
Y luego del blanco viene pensar... que eres todos los chicos que me gustaban en la primaria, a los que tuve miedo de sonreír, a los que nunca hablé, ni les pedí la hora, ni chicle, ni pregunté nunca donde quedaba algún salón- y me arrepiento y no, de haber sido tan cobarde.
Pienso... que esta tarde y esta brisa te dan un aire de último minuto que no soporto, te vuelven una idea que desaparecerá al cerrar los ojos, y no lo aguanto.
Así que faltan 5 minutos, 23 segundos y se me ocurre que es hora de convertirte en algo más que en ese miedo y por eso la valentía se vuelve un caramelo ácido que se disuelve en mis venas.
Y en el momento justo en que voy a hablar, mi espera tiene sentido.
Tus ojos se posan, por a-quién-le-importa-cuántos segundos sobre mi cara, y como si estos minutos que pasaron no hubieran sido largos, como si no llevara una semana esperando este momento, y no fueras tú lo mas anhelado, y no fueras con el que llevo noches eternas soñando, el que se esconde en el espacio que hay entre cada letra y en cada letra... y como si mis horas hasta ahora no hubiesen preciosamente girado en torno solo a ti, así, como si nada...
...sonríes.
y es tan bello verte sonreír.
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