Muero cada mañana cuando aparecen los rayos del sol abrasando mi piel, haciéndome abrir los ojos a una verdad que me apuñala con saña hasta dejarme al borde de la muerte.

Y así paso la mañana, vagando por las calles de la amargura, intentando encontrar un pequeño rastro de esperanza que me haga entender la razón por la que sigo aquí, aguantando golpes y palizas de un mundo que yo no elegí.

Ansío con desesperación la llegada de la noche que, con su suave brisa, calma el dolor de mis heridas fruto de una marcha sin tregua por los pasillos de la desgracia.

Me dejo caer sobre un lecho de asfalto que me resulta ajeno a pesar de ser el mio y me resigno a acabar en la locura y la depresión, que me supone el saber que en pocas horas, volverá a salir el astro rey que en algún momento me acabará por matar.