Ramiro Mendoza acarició con gesto juguetón la cabeza de su hija mientras concluía: -Y de ese modo, todos los habitantes de Pueblo Oscuro comenzaron a usar las palabras mágicas, trayendo luz y alegría por doquier. El pueblo pasó a llamarse desde entonces Villa Arcoiris! Y colorín, colorado ...
-Este cuento ha terminado!- dijo Emilia, con los ojitos brillantes de felicidad, terminando así el cuento que su padre le contaba, como todas las noches.
La niña se acurrucó bajo las sábanas y Ramiro terminó de arroparla, poniendo un beso en su frente y el roce de un “beso esquimal” en su nariz. –Que descanses, amor. Emilia le respondió con esa dulce vocecilla que provenía del comienzo del sueño: -Tu también, papi. Hasta mañana.
El lazo afectivo entre Emilia y Ramiro se había acrecentado desde la muerte de Eleonora, la madre. Padre e hija habían construido un muro infranqueable contra el dolor de los recuerdos, levantando ladrillo a ladrillo la protección que permitiera recuperar ese amor herido en su mismo centro.
El cuento de las palabras mágicas era el favorito de Emilia, principalmente porque era un invento de Ramiro, lo que le permitía a éste improvisar sobre la marcha e incorporar variantes que lo hacían siempre divertido y novedoso. El corazón del cuento era aquella Hada Madrina que llegaba a Pueblo Oscuro, trayendo en su bolsito un conjunto de palabras capaces de abrir todas las puertas y superar todos los obstáculos.
De tanto repetir el cuento, Ramiro se sorprendió una mañana en el autobús que le llevaba al trabajo, por un gesto involuntario que le traería grandes sorpresas. Como cada día, el transporte iba repleto. Sin saber por qué, Ramiro se sintió profundamente afectado por la actitud hosca del conductor y ese silencio desagradable con el que recibía el dinero del pasaje y entregaba el boleto, sin mirarle.
-Buenos días- dijo Ramiro con voz clara y serena, mirándole a los ojos. Y las palabras mágicas comenzaron a hacer su efecto. El conductor cambió por un momento su mirada vacía y le dirigió una extraña media sonrisa, casi como si el desuso del gesto le hubiera hecho olvidar como se hacía. –Buenos días, señor.
Ramiro se comenzó a sentir mejor, sin entender del todo la razón. –Las palabras mágicas están funcionando- se dijo.
Al día siguiente, su sorpresas siguieron cuando tras abordar el mismo transporte, fue el conductor quien recordó su rostro: -Buenos días, señor- le saludó mientras cortaba su boleto, con una sonrisa que demostraba algo más de práctica. Ramiro quiso ir entonces un paso más allá en el reino de Villa Arcoiris. Enfrentó la masa apretujada de pasajeros con la mejor de sus sonrisas y mientras se deslizaba entre espaldas y brazos iba diciendo nuevas palabras mágicas: -Permiso, señor. Disculpe señora. Gracias .... Cuando un hombre algo más joven se levantó de su asiento para ofrecerle el puesto, decidió contarle sus aventuras a Emilia, esa misma noche.
De regreso, ya tarde y oscureciendo, se alegró imaginando la carita de Emilia cuando le dijera como están funcionando las palabras mágicas en su propio mundo; como ya no es necesario vivir en Villa Arcoiris para mantener el corazón protegido.
En este último viaje, él mismo le había cedido su asiento a una señora de edad, premunido de otras palabras mágicas: -Señora, por favor tome asiento. La cara de la mujer fue suficiente recompensa para el resto del viaje que hizo de pie, afirmado de un pasamanos, bastante cerca de la bajada en la parte trasera del autobús.
De pronto, desde la parte delantera del vehículo surgieron voces y gritos confusos: -¡Aaay! ... al ladrón ... al ladrón, por favor!- se oyó la voz de una mujer. Un muchacho vestido con ropas amplias y zapatillas deportivas comenzó a abrirse paso a la fuerza entre los desprevenidos pasajeros. Empuñaba en su mano derecha una cadena de oro recién arrancada del cuello de la mujer que gritara. Ramiro no consiguió despertar del todo de su ensoñación cuando tuvo frente a él al muchacho, pujando a codazos y empellones por pasar entre el resto de los pasajeros para alcanzar la salida posterior. No era consciente de lo que estaba sucediendo cuando lo detuvo: -Perdón, chiquillo ... estás olvidando las palabras mágicas- le dijo, obstaculizando su paso, blandiendo una sonrisa casi como si estuviera contando ya el cuento a Emilia.
-¡Palabras mágicas te voy a dar, viejo conchetumadre!- fue el grito que acompañó una brutal estocada en el costado izquierdo del vientre de Ramiro. Blandiendo aún la navaja ensangrentada, el muchacho alcanzó la salida trasera perseguido sólo por los gritos de las mujeres cercanas a Ramiro, que lo veían de rodillas y sangrando profusamente.
-Emilia ... Emilia- Ramiro comenzó a perder el conocimiento. Y mientas se desvanecía entre lágrimas, veía como Villa Arcoiris volvía a ser nuevamente su viejo y conocido Pueblo Negro. El Hada Madrina había muerto, definitivamente.
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