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Inicio / Cuenteros Locales / scheccid / EL PEQUEÑO CAPITAN (1ERA. PARTE)

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El barco se hallaba a la deriva y se podía ver como los tripulantes de la nave corrían desesperados de un lado a otro intentando contener la furia del mar que parecía iba a tragárselos sin poder ofrecer resistencia alguna, sólo un hombre guardaba la calma y daba las indicaciones a los temerosos marineros.

No era más viejo que ninguno del resto, sin embargo su voz pausada y su mirada fuerte les ofrecía a los navegantes tranquilidad en medio de aquel devastador huracán.

- bajen las velas y diríjanse a estribor…

Las vulnerables aguas parecían darle tregua para que las instrucciones del joven capitán fueran escuchadas. Días antes había tenido serios problemas con las personas que lo acompañaban en su aventura, salio de casa sin la autorización de su padre y a pesar de las súplicas de su madre por retenerlo su instinto de libertad fue más fuerte que las lágrimas de su progenitora.

No creían en sus palabras, los mal vivientes que pudo reclutar para efectuar su aventura fueron con él bajo la promesa de encontrar oro, llevaban una semana en altamar, los víveres iban escaseando y no creían ya en el ofrecimiento de riquezas del pequeño capitán.

Pero él nunca perdió la fe, en medio de aquel desastre se armo de valor sacó su espada y grito:

- Sí he de morir, será luchando y con el filo de una espada, ¿Quién será el valiente que rete mi hierro?

La fama de buen espadachín hizo que la furia de sus agresores amainara, además él era un joven noble, instruido, su padre era un reconocido marino de la reina, el miedo a no poder llegar a puerto seguro de los delincuentes logró mermar sus ideas de muerte para con el adolescente.

Se conformaron con advertirle que deseaban salvar sus vidas y admiraron su valor, Tristán supo desde ese instante que nuevamente tenía el control del barco que su padre le había obsequiado en su cumpleaños, cerró los ojos y agradeció las plegarías que lo habían protegido.

Después del fallido motín, fue a su camarote, necesitaba estudiar con tranquilidad los mapas que había robado del estudio para saber exactamente en dónde estaban ubicados, aún había tranquilidad en las aguas saladas del Mar Muerto, un viento que amenazaba tormenta empezaba a soplar, meciendo de un lado a otro la nave.

Nadie ofreció importancia al hecho de que quién sabe porque razón las ratas iban escapando en grandes números y se sacrificaban arrojándose al mar. Ninguno de los ingenuos e inexpertos acompañantes de Tristán quiso importunarlo en su meditación para informar del pequeño percance, que habían tomado como hobbie en medio de la mar, corrían tratando de matarlas con las espadas y triunfantes las mostraban entre ellos para ver quien había logrado ensartar más roedores.

Él estaba tan sumido en sus pensamientos que tampoco prestó atención a los juegos, de pronto sus manos empezaron a temblar y el vino tinto que se hallaba sobre el restirador cayó como intentado advertirle de su descuido.

- ¡Capitán perdemos el control! – era el gritó desesperado de uno de los hombres, quienes suplicaban al joven capitán que los salvara de perecer en las oscuras aguas de aquel mar.

Mientras Sofía pasaba una a una las cuentas del rosario de pétalos de rosa que su hijo le había regalado:

- Tengo que ir mamá, ya no soy un niño y puedo hacerlo sólo.
- Hijo – dijo la mujer mientras acariciaba sus rizos acairelados y trataba de disuadirlo de esa locura, las súplicas no podían ser pronunciadas pues sabía a la perfección de la terquedad de su hijo y que éste con o sin autorización se marcharía en busca de su destino.
- ¡Por favor! Eres la única que puede explicarle a papá que debía hacerlo – aprisionaba con fuerza las manos de su madre, intentado llegar hasta su corazón y lograr su consentimiento.

Un beso en la frente fue la respuesta, tenía la autorización de su madre y cuando su padre se enterará de su partida sería demasiado tarde para detenerlo:

- ¿Acaso estas loca mujer?, ¡Lo haz enviado a la muerte!, Tristán es un niño y no podrá navegar ese barco, ¿Cómo pudiste?... – El hombre se detuvo ante sus reproches, era demasiado tarde y el temperamento sumiso de Sofía se volvía una muralla de acero cada vez que se trataba de la felicidad de su hijo.
- Es igual a ti Julio, Terco, ¿Cómo diablos iba a detenerlo?, dices que yo lo mande a la muerte, ¡Pues tu lo entregaste antes que yo! – gritó desesperada – Tú en tu afán de hacerlo igual a tí y obsequiándole un barco… lo hizo por demostrarte que sí puede ser como tú… - la mujer se desplomo y su voz fue quebrada por los sollozos.


Desde ese día no volvieron a dirigirse la palabra, él porque culpaba a su esposa por su debilidad y no haber podido detener a su único hijo y ella por el regalo que le había hecho, la habitación de Sofía quedó desalojada de las pertenencias de su conyugue y él sacó de su mente la imagen limpia de su amante.

Texto agregado el 28-06-2005, y leído por 173 visitantes. (0 votos)


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