Como con bronca (con ritmo de tango)
dedicado a todos aquellos que un dia se enamoran por medio de la red y luego a la menor miga, deben desenamorarse
“Por qué la risa, sí después el llanto.
Por qué la primavera luego invierno.
Por qué la aurora, sí después la noche…
Me deja el corazón solo y enfermo.
Por qué me quieres y te quiero tanto.
Por qué te digo adiós y quiero verte.
Por qué muchacha no apuras el vino.
Al vino no lo vence ni la muerte.
Vamos muchacha apuremos el vino.
Al vino no lo vence ni la muerte”.
(Horacio Guarany)
Hace años Manuel Rojas escribía algo así como que … tan sólo el beso de una mujer es mejor que el vino. Que gran verdad expresada en dos líneas. Hoy he regresado a ese estadio del ser que es la soledad, la soledad del alma, he quedado solo con el vino, el beso de la mujer que amo se ha ido a otros labios a apurar la copa en otros lares.
¿Cómo saben tus labios morena ausente?
¿Serán acaso como el vino tinto, aquel espeso, fuerte y seco?
Si, ese mismo, ese que emborracha, borra los sentidos y hacer saltar aprisa el corazón, ese vino áspero como lija, que raspa la garganta, que arrastra la comida de la cocina sureña cargada de gruesos caldos y cálidos y aceites para dar la energía necesaria para pasar el largo invierno,frío, oscuro y lluvioso, ese que en cada lluvia cala hasta los huesos y para pasarlo hay que beber ese vino, no dulce, que arrastre el frío al fondo del cuerpo y al centro del corazón hasta transformarlo en calor interior y fuerza para el olvido del amor ya ausente.
Ese tinto que hace pasar la grasa con que fue frita la sopaipilla mascada con hambre y rabia en tarde de cantina.
¿ O serán tus labios como ese vino ese negro cargado de tanino?
Agrio alcohol que muerde, muerde como mi dentadura lo hace con la imaginaria lengua y
saliva de tu boca desconocida, ese mismo, obtenido de las parras achaparradas y quemadas por el sol del verano cordillerano, ese que alguna vez dejó mi boca y los dientes teñidos de azul, como creo qué, quedarían luego de besar y morder lengua y saliva de tu boca, de tus labios, de ti, pienso en el suave y húmedo sexo, de ti mujer, nacida allá bajo el sol que achaparra el cuerpo en esa tierra tuya.
¿Cómo saberlo si nunca he mirado tus ojos frente a frente? Si nunca he sentido tu piel rozar con la mía, si no he visto la albura de tu dentadura, si no conozco el calor de tu abrazo y ya no lo conoceré por que ya te has ido por caminos más fríos que los de Santiago.
¿Acaso tus besos han de ser como el vino tinto, aquel nuevo de las tierras de chillanejas?
Ese bebido en las cercanías de la laguna de las Tres Pascualas, ese vino, qué hacía que la noche clandestina y conspirativa fuese menos larga, ese tragado con el dolor contenido por los muertos, si, mis muertos, esos que quedaron por siempre ausentes y sus cuerpos mil veces violados por la bestia humana, mis muertos que aun no alcanzan el descanso, que no le han respetado ni siquiera el derecho a ser sepultados, vino de rencor y dolor, adormecedor para pasar el temor y llegar a la madrugada sin que el tormento de la tortura mordiera mis carnes. Y, por que no contarte. Para acortar el tiempo, y no saber hasta donde llegaría el alma y la fortaleza para no delatar a mis vivos y yo seguir la ruta de mis muertos.
Morena etérea, mujer que te diluyes, amor desconocido... ¿Serán frescos tus besos, dulces tus labios, húmedo tu sexo?
Acaso serán como ese vino fresco, recién nacido, de uvas pisadas en alguna zaranda hecha
con quilas mapuche, donde los pies campesinos han pisado hasta sacar hasta la última gota del jugo de los racimos, si así, así mismo quisiera estrujarte hasta sacar completamente el zumo del amor que guardabas y que ya es fresco vino bebido para otros labios.
Vino negro, fuerte, frutoso, camarada y también amante, si, vino de ese mismo, ese que hace saltar el corazón con latidos cada vez más veloces, como latía en cada llamada telefónica de tantas madrugadas ansiosas.
“Por qué, siempre que llueve estas conmigo.
Por qué si sale el sol, desapareces”.
“Vamos muchacha apuremos el vino. Al vino no lo vence ni la muerte” canta el cantor su verso triste del adiós necesario, instantes hay en que me bebo el solitario vino negro de mala viña, ese que hace incrementar los rencores, aumenta los dolores, apura alguna lágrima dolorosa, ese qué, hace que él coraje salte y se grite en plena calle el dolor, ese vino que me dice que te estoy amando y que debo dejar de hacerlo, que incita a iniciar el olvido, con la rabia de lo no logrado por una maldita impotencia de mil respuestas sin preguntas, de mil argumentos. Es ese vino, ese, qué quizá fue colado sobre el cuero de un buey, ese de uvas pisadas en el cuero del animal, que fue descuerado desde su lomo dejando su pecho entero para que él mosto escurra por la única muestra de su virilidad castrada, qué hizo qué quizá nunca llegara el aNIMAL a conocer el amor, el olor y sabor de la hembra, que nunca logró morder, besar, amar en definitiva. Ese vino me bebo, vino doloroso, cruel jugo que calienta el alma, que lacera el corazón y que da fuerza para gritar ese dolor.
Quise beber ese vino, blanco, dulce y nuevo, tomarlo en la copa de vidrio como en la copa que se ha de formar en tu cuerpo desnudo, allí en tu espalda al bajar hasta tu cintura, allí en donde se forma la copa de tu cuerpo, así como he visto cuando sonríes sentada se forman dos margaritas en tus mejillas, allí quise beber mujer dulce como las uvas torontel o moscatel. Mujer como uvas doradas y dulces que en marzo llegan a partirse por el azúcar del cuerpo, de cada uva, de cada diente, dulce como dulce han de ser tus senos maduros, dorados en los que el azúcar del amor ha hecho que cada vena sea como las huellas del sol en el dulzor de la fruta, dos racimos para estrujarlos en la zaranda de mis dedos hasta dejar solo el orujo del que saldrá él aguardiente para embotar los sentimientos ya que hoy aprieto solo el dolor de no tenerte.
Por qué si tengo frío, me cobijas
Y cuando cae la nieve me abandonas.
“Por qué muchacha no apuras el vino. Al vino no lo vence ni la muerte”.
Apura tu vino muchacha, que tu vino es dulce, como ese vino, que da las tierras cálidas de los valles del norte, ese que han llamado “pajarete” hecho con las uvas pisqueras, que se mantiene dulce todo el año, cuidado sí, niña, que lo dulce empalaga y rápidamente se va a la cabeza tal como solo el amor logrado, embriaga y emborracha al segundo sorbo, licor dulce que alegra el alma como lo habría alegrado tu amor, que deja la lengua dulce por largo tiempo, como queda el hombre luego de la primera noche de amor con su amor. Así creo quedaría mi lengua y labios con el sabor de ti, mujer, de tu boca y sexo y después de beberte por copas y copas, quedar dormido a la vera del parronal eternamente entre tus brazos que atan como las guías de las vides se agarran de los rectos tutores y luego cuando baje el sol y llegue la nueva noche y luego volver a probar el néctar tu amor dulce como uva pastilla, como la uva, embriagador y adictivo.
“Vamos muchacha apuremos el vino. Al vino no lo vence ni la muerte” Apura tu copa, mujer, que yo apuro la mía, por que él brindis debe llegar a su fin, bebe conmigo este vino, quiero beber esta copa lejana, quiero beber este ultimo vino, un vino nuevo con sabor a uva europea, vino fiestero, ese para con fruta, para beberlo y sonreír, para apagar el dolor y luego de ese dolor, encoger mis alas, plegarlas para que queden acá sin elevar el vuelo y las tuyas vuelen libres a donde quieras ir.
Bebamos lagrimilla, toma tu copa, vuelco en ella chispeante chicha lagrimilla, no ves que, cuando diga adiós, te diré que la lágrima de mis ojos es por las chispas de la chicha.
Por qué me gritan, que ya no eres mía.
Qué nunca me tendrás, ni he de tenerte.
Vamos muchacha, apuremos el vino.
¡Al vino no lo vence ni la muerte!
Sé infinitamente feliz, quizá alguna madrugada mi corazón se abra y permita que entre la luz que barra los dolores y que el vino que beba, sea suave, sensual mareador, pasional y principalmente real, de piel, de manos y ojos.
Sigo convencido que Manuel Rojas no se equivocó cuando dijo que solo el beso de la mujer es mejor que el vino.
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