En vida siempre me acusaron de soñar demasiado: muchos pájaros en la cabeza...y solo dos pies en la tierra...y además rebeldes e inquietos.
No me sirvieron para gran cosa mis pies en vida. El izquierdo me fue útil, de joven, para golpear la pelota cuando jugaba a fútbol. El derecho...para apoyarme cuando el izquierdo golpeaba. Mis viajes, mis verdaderos viajes los caminaba por dentro.
En una ocasión, en la avenida Corrientes, no lejos de acá, una chica se paró junto a mí y me dijo: “Me encantan tus zapatos”.
No me dijo nada más...se quedó allí sonriendo.
Yo esperaba un discurso sobre el estilo, sobre el color, sobre esas franjitas blancas que los cruzaban diagonalmente. Pero no. Dijo eso y se calló.
Ya les dije que mi relación con los pies era cuanto menos distante. Regalarle mis zapatos era el paso más natural en aquella situación. Me descalcé y se los di: “ Toma, te los regalo”. Ella, sin dejar de sonreír, tomó mis zapatos, me agarró de la mano y llevó a un puestito de flores que estaba allí cerca.
“Toma” me dijo y me entregó una rosa blanca como la nieve, hermosa como nunca antes me había parecido una rosa.
No nos enamoramos, no vayan a creer. Yo, en vida, no era guapo y ella, sinceramente, era fea...
Pero ella tenía mis zapatos y yo tenía su rosa. Nos despedimos, nos fuimos cada uno por nuestro lado y nunca más nos volvimos a ver.
Pero me quedó su rosa, sí. Yo, en vida, no sabía mucho de rosas. Inocente, esperanzado, ¡ignorante!, le preparé una maceta con tierra y digamos que la planté. Contrariamente a la lógica e incluso a los que ustedes puedan pensar, la rosa no se marchitó al instante aturdida por mi necedad, sino que durante los meses que pasaron y en los que yo no me despegué de ella, soñando, permaneció fresca, inalterable, hermosa.
Una tarde golpearon la puerta. Dos golpes secos. Yo desperté por un momento de mi eterna ensoñación y abrí la puerta.
No había nada allí...no, esperen un momento...¡allí estaban mis antiguos zapatos!, solos, abandonados, huecos.
No les hice ninguna pregunta impertinente del tipo: ¿cómo han llegado hasta aquí? ¿qué han hecho todo este tiempo?
Simplemente los recogí y los metí adentro.
Dos cosas comenzaron a cambiar en la casa a partir de entonces: lo primero, empecé a soñar mientras dormía, cosa para mí antes vedada; lo segundo, la rosa comenzó a DESAPARECER.
No se encogió, no se empequeñeció, no se marchitó, que va...
Gradualmente comenzó a desintegrarse, a descomponerse en el aire, a perder densidad. Se difuminaba a la vista, su tacto era cada vez menos firme...en los últimos días solo quedaba su sombra. Podía atravesarla con mi mano y no sentir más que una leve resistencia.
Al fin, un día desperté y no estaba, solo un pequeño agujerito en la tierra de la maceta la recordaba.
Mi tristeza fue desconsoladora. Dejé de comer, dejé de beber, dejé de dormir, dejé de soñar...
Y poco a poco me fui apagando.
Siempre soñé demasiado, sí...pero ¿Acaso pueden ustedes materializar flores?
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