Es fácil quedarse quieto y en silencio, esperando cualquier ruido que revele su presencia en la oscuridad de este cuarto, gozando con cada sollozo incontenible, con la fricción del aire al respirar, con los sutiles tintineos de las cadenas que le siguen, siempre fieles a cualquiera de sus movimientos. Me resulta gracioso oírlo llorar con la exaltación del dolor reprimido, como entre carcajadas penosas y húmedas, como si se acordara de un chiste macabro con los tintes de su situación, como si con risas planeara una venganza dilatada, o un proceso pausado de locuras liberadoras sin esperanza. Esa risa es contagiosa y muchas veces he estado a punto de acompañarlo, me ha faltado poco para delatar mi presencia a carcajadas.
Ya no se cuánto ha pasado desde mi primera visita, pero cada vez el cuarto parece más oscuro y frío. No lo digo porque lo sienta, sino por el temblor de su cuerpo, la fricción de sus manos, un contra la otra, y el sonido de su aliento esforzándose por calentarlas. A veces escucho susurros, la primera señal de locura que siempre aparece, buscando oídos de carne que no existen, o personajes queridos y lejanos ya en la distancia y el tiempo. Aunque más que locura, presiento que es sólo que en algún momento y de algún modo ellos cobran conciencia de mí, de mi cercanía tácita y traslúcida, de mis intenciones carroñeras. Siento que hay palabras que me tocan, de esas que reducen el corazón de los mortales, de esas que los hieren. Y no es que me afecten de verdad, sólo que no entiendo su odio, no es justo tampoco para mí no poder sentir todos sus dolores y placeres. Es como si el mundo estuviera hecho para deleitarlos a ellos y nosotros para servirlos, para reciclar de algún modo sus pobres almas dependientes de sangrientos cuerpos.
Empiezo a entender que no habrá nunca un final anunciado, que tendré que venir a verlo muchas otras veces, a tratar de reconocerlo tras la barba larga y revuelta y las arrugas y la oscuridad creciente. Es la primera vez que le hago tantas visitas a uno de ellos. Él es demasiado obstinado y creo que comienza a mirarme o a mirar hacia donde estoy, fijamente, casi sin parpadeos perceptibles, talvez retándome a dar un paso adelante, a cumplir con mi tarea perenne, a hablarle y corroborar sus terribles presentimientos. No he vuelto a oírlo hablar desde hace algunas visitas, cuando me dijo claramente unas palabras que me quedaron muy clavadas en la memoria. Sí, me las dijo a mí, como si me conociera de hace tiempo, del tiempo de mi primera visita, como si se hubieran cambiado los papeles y yo estuviera a su merced. “Vamos a ver quien aguanta más, perra”, dijo. Y de verdad me asustó. Pensé por un momento que talvez sería cierto lo que sus palabras planeaban, que talvez él fuera el único que tuviera el poder de eludir el tiempo que los rige de una forma tan contundente e inexorable.
Siento que han sido muchos siglos los que he estado yendo y viniendo a este mismo cuarto. Pareciera que los recuerdos de estas visitas se extendieran hacia muy atrás, pareciera que invadieran mis otros recuerdos. Tantas veces lo he visto llorar, retorcerse de hambre y comer cucarachas desprevenidas o babosas confiadas, tanto lo he escuchado planear escapes impensables. Tantas veces ha mencionado el cielo, ese cielo que no importa, lugares de espacios abiertos con el aire de todos los puntos cardinales del planeta congregándose ahí, nombres de personas demasiado ajenas y difusas, ya casi inexistentes. Al principio creí que era sólo una ingenuidad ineludible en ellos, pero ahora comienzo a dudar. ¿Cómo no dudar de que esos sean sus motivos, su fuerza verdadera para aguantar años, siglos? No creo poder soportar mucho más verlo sobrevivir. Comienza a doler cada una de sus lágrimas, comienzo a querer no volver aquí, a este pozo de humedad e inmundicia que ha sido su nicho único por tanto tiempo. No entiendo este sentimiento, es como si me desgarrara el pecho un único hilo que viene desde dentro, desde el corazón que creí no tener hasta mi garganta, haciéndome sentir ganas de salir corriendo, a desalojar otros cuerpos, unos menos llenos de ganas de seguir viviendo.
Muy a mi pesar, tengo que volver una vez más y no se tampoco si sea la última. Es inevitable ya, y no porque sea mi deber, sino porque me resulta indispensable su optimismo casi insano, sus relatos de historias de belleza simple y conmovedora, sus descripciones de los lugares que nunca veré por estar encerrada aquí, entre estos muros construidos por verdugos para castigar a los inocentes que quieran vivir en paz. Esta vez no vengo a esperar su muerte, sino a rogarle con susurros que descanse un poco y que me cuente entre sueños como era su vida antes de morir a los ojos del mundo, cómo amaba a su familia y a sus amigos, cómo se divertía y pasaba el tiempo. Ahora vengo a estrecharlo entre mis brazos, que son tan fríos como las paredes, pero que aprietan con ganas, vengo a aliviar un poco sus tobillos y muñecas, aunque creo que ya no sentirá siquiera los grilletes. Su cuerpo parece haber esperado mis caricias, porque se estremece al tocarlo. Parece estar feliz por fin, recordando talvez el cariño de un amor perdido. Y yo me siento también feliz, pudiendo amar por primera vez. Ya espero cada vez con más impaciencia visitarlo, haciendo de cada una de mis visitas una victoria suya contra el tiempo.
Hoy llegué y él pareció notarlo. Se acercó a mí y me dejó ver una expresión extraña que no alcancé a entender. Luego de relatar las hermosas historias de siempre, se quedó muy callado y quieto, creo que comenzó a contemplar mi rostro, como asombrado de estarlo viendo. Talvez no lo estaba viendo, talvez sólo lo imaginaba. Ahora duerme entre mis brazos, tan tranquilo, tan callado, que pareciera que nunca hubiera vivido angustia ni dolor algunos en toda su vida, pareciera un recién nacido que descansa luego del trabajo que le costó su emergencia al mundo. Se que esta vez no despertará antes de que me vaya. Se que hoy se irá conmigo dormitando en la ingravidez del olvido, sin la carga de su cuerpo. Y sentiré que por mi rostro corren las primeras lágrimas que derrame en mi eternidad. Aunque tengo la plena seguridad de que esas lágrimas serán también las últimas. |