Era pequeño, narizón y flaco, tenía siempre puesto el saquito negro que le había comprado su mamá, hacia mucho tiempo. Alberto Umuq o Boby como lo conocían todos, era, además, un niño tímido y asustadizo, que no hablaba más que cuando se le requería. En realidad, a algunos les parecía algo misterioso, por lo poco que se conocía de él, por ejemplo, nadie sabía a ciencia cierta quien era su padre, debido a que su mamá, se fue del pueblo de Riqsi un buen día hace seis años, por un prolongado tiempo y luego regresó con el niño acuestas presentándolo como su hijo. No le hicieron preguntas sobre el suceso a la señora Umuq que tenía fama de mal humorada.
A consecuencia de su carácter y su aspecto el pobre siempre era blanco de las más crueles actitudes infantiles. Como la vez que, en el salón del primer año, se orinó en el pantalón debido a que, por su profundo miedo y timidez, no pidió permiso para ir al baño.
“Narizón pichilón” “Narizón pichilón” le decían sin cesar los niños y niñas hasta a hacerlo llorar. Aunque para su bien (ya saben que entre dos males, el menor siempre es el mejor) lo apodaron, finalmente, “Boby el bobo” mostrando una total falta de ingenio.
Pues bien, Boby creció entre las malacrianzas y desprecios de los niños. Cumplió doce años, acontecimiento que pasó desapercibido para todo Riqsi, menos para él y su madre, la cual le regaló un hermoso medallón que tenía una especie de estrella roja en su centro. Boby estaba muy feliz con su nuevo regalo pensó enseñárselo a todos; pero sabía que no debía hacerlo, así que lo escondió debajo de su saco y salió de casa. Cruzó el caminito de tierra que lo llevaba al rudimentario campo de fútbol del pueblo, quería ver como jugaban sus compañeros del colegio, él todas las tardes se limitaba a observar, ya que por su torpeza nunca era escogido para integrar algún equipo. Estuvo ahí sentadito en una roca, junto al río, viendo como los otros se divertían. Carlos, un niño igual de pequeño que Boby; pero atrevido y bravucón, se acercó donde él debido a que la pelota había caído a su costado.
Pásamela Bobo- le dijo en tono de sorna.
Boby se paró y pateó muy fuerte la pelota, con desacierto más que con odio, dándole un golpazo en la cabeza a Carlos, éste enfurecido fue en busca de venganza, cogió a Boby de las solapas sintiendo en ese instante el golpecillo del medallón.
¿Qué es esto?- dijo sacando a la luz el dorado armatoste.
Boby forcejeó con Carlos para evitar que le quitara el regalo haciéndolo caer al río.
Los niños desesperados gritaron pidiendo ayuda a los adultos.
No sabe nadar - vociferó alguien, alborotando a los demás.
Boby se lanzó al río para rescatar al pobre muchachito caído, a pesar de ser un mediocre nadador. Para sorpresa de todos, que daban por perdido el rescate, ya que ningún adulto escuchó sus gritos desaforados; Boby salió cargando a Carlos, luego de algunos minutos.
El niño tenía un horrible color azul y no se movía, el insignificante niño del medallón le desabotonó la camisa y le puso las manos desnudas en el pecho. En ese instante, ocurrió algo fantástico, la estrella del amuleto destelló una luz intensamente roja, los ojos de Boby expedían rayos calurosos y encegecedores. Los otros muchachos quedaron totalmente aturdidos como golpeados por una gran ola fosforescente que los llevó a un pavoroso estado de inconsciencia.
Tiempo después despertaron de aquel sueño fulgente algo perturbados; Carlos estaba ya plenamente recuperado. Miraron a un lado y a otro, sin embargo, no ubicaron al autor de aquel hecho extraordinario.
Regresaron al pueblo, buscaron a Boby, era como si se lo hubiese tragado la tierra, no estaba en ningún lugar, su pequeña casita junto al monte estaba intacta, pero él, ni su madre se encontraban en ella.
Los adultos de Riqsi trataron de convencer a los niños de que lo ocurrido fue sólo una alucinación y que Boby y su madre huyeron por miedo a las consecuencias del accidente. Ellos aceptaron con escepticismo estas explicaciones, era lo más conveniente.
Pasaron muchos años de estos mágicos sucesos, los niños crecieron y fingieron no haber sido testigos del instante más extraordinario jamás visto en aquel aburrido pueblo. Nunca se hablaba de Boby entre ellos, no obstante, había algo no resuelto en toda esa historia, algo que todavía los trastornaba. Carlitos, ya adulto y convertido en Alcalde de Riqsi, fue el único que realizó alguna tímida acción para poner fin a sus miedos, puso un pequeño busto de Boby, esculpido de una vieja foto, con una diminuta y lacónica placa que decía: “En memoria del niño héroe Alberto Umaq desaparecido misteriosamente”, así si algún día el niño del medallón regresaba al pueblo de malos ánimos sabría que Riqsi lo recibiría con una actitud diferente y amistosa.
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