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Verde ver

Cuando se iza el sol y el cielo comienza a flamear despacio pero sostenido, Él reconoce que es de día y en el desperezo abre los brazos como si fueran alas. Las persianas no pueden resistirse al sol filtrándose prepotente como un buen Emperador chino gobernando ese todo. El cuarto de alquiler es parte de un complejo de cubos forrados en chapas de zinc calentándose a medida que esa esperanza logra capturar la vigilia. Esta geometría hace serie con otras y dentro de cada una de ellas los objetos se reducen al número de uno.
Con las piernas flexionadas y colgando del borde de la catrera, el piso de madera opaca señala su profundidad inalcanzable. De todas maneras logra apoyar un pie y luego el otro sin poder abandonar la cábala, porque el paso inicial es siempre diestro. Boquiabierto exhala vestigios del sueño y las ventanitas debajo de las cejas van empujando los postigos un poco hacia arriba y otro tanto hacia abajo.
Por fin de pie, rascándose el pubis selvático, e iluminado por una de las lenguas de luz alcanza el movimiento que aparenta ser el único y el último; pero insiste y otro más lo mueve definitivamente, reconociendo que está despierto. La pieza en una sola geografía concentra todos los espacios de las grandes casas, sin embargo, no le ofrece alternativas cuando el giro torpe del cuerpo delgado lo precipita contra la mesa fronteriza. Descalzo, en el filo de esas ranuras casi abismales del lapacho añoso se detiene frente a ella. Las vértebras, nuevamente acomodándose erguidas lo sostienen. Ubicada allí, lo mira atentamente. Estupefacto y dorado de luz y desnudo, atina a tocarla. Duda. Ella, Reina de reinas, congela su figura y se estampa como un sello en los ojos de él. A punto de acobardarse, lleva la mano una vez más al monte, ahora rascándose sin comezón. La fruta lo excita. Con la punta del dedo entonces, le imprime su huella y toma así distancia disciplinada.Ya decidido, la corona con la palma de la mano. Le presta el hueco sudoroso a esa manzana y en una voltereta de trompo, termina sentada sobre las yemas de los dedos largos. Una gota de saliva le moja casi quemando esa piel oruga. La boca abierta le destella brillos de colmillos pero antes de hincarlos, el hombre cavila. Sin importarle, resuelto dibuja su mordida. Aprieta firme los esmaltes y lacera el epitelio. Más fuerte todavía y le raja el envoltorio esmeralda y cierra esa trampa de oso y la carne es suya. Victorioso, dejando atrás la batalla, inmola a su víctima deglutiéndola lentamente. Medio encorvado vuelve al catre y lo hace crujir.
El cubo permanece en la serie pero ahora vacío de su número.
-Algo es algo-
Dice el hombre, entregándose pesado a la estopa hasta que el sol escale mañana y pasado.


Texto agregado el 22-12-2002, y leído por 306 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
22-12-2002 Está lindo, aunque algo denso en algunas partes, me gusta el estilo, pero lo aligeraría un poquito, si me permitis, un saludo, Ana. AnaCecilia
 
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