Un automóvil completamente destrozado. Unos cuantos metros más allá, dos cuerpos enfundados en esas fatídicas bolsas plásticas. Sueños deshechos en un recodo del camino. Nadie les anunció que la parca les haría dedo allá adelante. Ahora, su sangre tiñe la calzada dibujando una sombra siniestra. Personas que se arremolinan para contemplar la sin razón hecha silencio, fierros retorcidos, infortunio… La policía inicia los peritajes, la locomoción ha sido desviada, Pedro, el chofer del microbús, sonríe ante la perspectiva de pasar delante de su casa. El accidente aquel le ha permitido esa efímera franquicia. Piensa, entretanto, en lo expuesto que está a sufrir, a su vez, cualquier accidente, sube un pasajero, le entrega su boleto. Sus ojos se desvían de pronto para mirar a una pareja que camina muy acaramelada: es su esposa y un hombre que no conoce, frena bruscamente el vehículo, agarra un grueso fierro que mantiene a su lado como defensa. Se levanta de su asiento y desciende con el alma acelerada por los espasmos del despecho.
-¡Perra maldita! ¿Quién es este infeliz?
Ante la aparición tan sorpresiva, la mujer abre sus ojos inmensos y sólo siente que el brazo del que la acompaña se ha desembarazado del suyo y ahora el tipo corre desesperado huyendo del chofer. La mujer llora a gritos, la gente observa extasiada este espectáculo impagable.
Los cuerpos ya han sido levantados, una grúa se ha llevado eso que alguna vez fue un automóvil. De aquella escena horrorosa sólo quedan unos cuantos manchones de sangre y vidrio molido. La gente se dispersa. La tarde soleada comienza a morir para dar paso a un triste crepúsculo.
Calle abajo, un tipo corre detrás de su presa buscando una respuesta…
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