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Inicio / Cuenteros Locales / tulito / Acá me quedo, no más

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—¿Qué cigarro, joven?
—El más barato no más, y un halls rojo, por favor.
—Ahí tiene.
—Gracias, señito. ¿Tiene fósforos?
—Ahí está el encendedor.
Coloqué el cigarro en mi boca y miré si venía la combi que esperaba. No la vi, así que prendí el cigarro y retuve el humo un momento.
—Gracias.
—A usted, joven.
Vacié mis pulmones y otra vez miré hacia el fondo de la avenida Angamos. Estaba en el cruce con la avenida Arequipa. Usualmente en ese cruce no faltan combis pero como era aproximadamente la una de la tarde supuse que choferes y cobradores estarían almorzando. De todas formas sabía que no tardaría en pasar alguna combi que me llevara al final de la avenida Primavera.
Coloqué el cigarro en mi boca y con las dos manos empecé a luchar contra la envoltura del halls que parecía resistirse a abrirse. Luego de un último y desesperado intento, la envoltura cedió y el maldito caramelo terminó en el centro de la pista. Con la mano derecha recuperé mi cigarro y con la izquierda guardé la envoltura en el bolsillo de mi jean y disimuladamente traté de ver si alguien había visto mi desesperada lucha y el triste final del caramelo, pero sólo vi a la señora que me lo vendió moviendo la cabeza y sonriendo. Le sonreí y avancé unos cuantos pasos sobre la tierra como para salir de su ángulo de burla.
Al fin, a lo lejos pude ver una combi acercándose a una velocidad realmente ridícula. Pero es lógico porque yo estaba a pocos minutos del comienzo de su ruta y suelen hacer esto hasta que tienen una buena cantidad de pasajeros. Miré mi cigarro y todavía estaba por la mitad.
Conforme fue acercándose la combi pude ver que no llevaba ningún pasajero. Es más, ni siquiera había cobrador. Sólo era el chofer recostado sobre el timón que conducía el vehículo a cinco kilómetros por hora.
Dudé en levantar el brazo para que se detenga. Pensé que podía estar fuera de ruta o con algún desperfecto. Y mientras pensaba, el chofer me hizo una seña con el índice de su mano derecha y comprendí que era un chofer que había salido sin cobrador para ganar un poco más. Le respondí con un movimiento de cabeza y se detuvo. Haciendo un esfuerzo sobrehumano logró abrir la puerta corrediza para que yo entrara. No lo hice. Si lo hacía, sería yo quien tuviera que abrir la puerta al resto de gente que subiera. De ninguna manera. Lo que hice fue entreabrir el vidrio de la ventana de la puerta para que la próxima víctima pudiera abrirla. Después la cerré con fuerza y abrí la puerta del copiloto. Le di la última pitada a mi cigarro y lo tiré sobre la tierra. Me subí y cerré la puerta. El chofer había vuelto a su posición de morsa sobre el timón. Todavía no arrancábamos.
—Buenas —dije sonriendo—.
No recibí respuesta alguna, sólo un giro de cuello y un ligero movimiento de cabeza por parte del inmenso chofer. Y es que recién me percaté que era un hombre bastante grande, y además parecía ser de esos que van por la vida con el ceño siempre fruncido y con pinta de amargados. Llevaba una gorra roja que hacía algo de sombra sobre su cara brillante. Se incorporó, su cabeza rozaba el techo, bostezó y me alcanzó uno de esos letreros que se pegan en los vidrios con algo de bao. No me dijo nada, pero entendí que tenía que colocarlo en el parabrisas. Lo hice con la experiencia de quien lo ha hecho miles de veces y la verdad es que era la primera vez que lo hacía. En el letrero decía “Jockey Plaza”. Recién en ese momento nos empezamos a mover.
Cruzamos la avenida Arequipa, luego Petit Tohuars y nos detuvimos con el rojo del semáforo en el cruce con la Vía Expresa. Fue entonces cuando apareció un gringo algo agitado y colorado levantando el brazo para que no arrancáramos sin él. El semáforo ya estaba en verde. El chofer detuvo la combi para que el gringo pudiera subir. Él mismo metió su brazo por la ventana y abrió la puerta corrediza. Pude reconocerlo de inmediato, era uno de esos mormones que van por Lima con pantalón de vestir, camisa blanca y una mochila cruzada y que mastican el castellano para convencer a cuanto infeliz acepte sus sermones callejeros.
Se sentó en el primer asiento doble junto a la puerta y trató de comunicarse con el chofer.
—Hola, ¿va hasta la Volvo?
El chofer no se inmutó. Yo miré de reojo primero al chofer y luego me asomé para ver al gringo que se estaba secando el sudor de la frente con un pañuelo de tela blanco. Volvió a intentarlo.
—Si quiere yo puedo ayudarlo... Lo ayudo con la puerta y cobrando a la gente porque yo voy hasta el final, hasta la Volvo. ¿Va hasta la Volvo, no?
Mosca el gringo. Y encima dominaba nuestro idioma. Pero no fue suficiente para que el concentrado chofer le devolviera una respuesta. A la tercera va la vencida.
—Amigo, ¿lo ayudo? —esta vez casi gritando como para asegurarse de que el chofer lo escuchara de todas maneras—.
El chofer exhaló aire por la nariz como un toro y respondió con el hígado.
—No.
Silencio absoluto. No volví a escuchar las peticiones del gringo. Y como buen mormón que era no le quedó más remedio que ayudar con la puerta a los pasajeros que ya empezaban a llenar la combi.
Estábamos a la altura del Hospital de Neoplásicas. Aquí se llenó la combi, subieron varias mujeres y niños. Pude observar a una señora gorda corriendo hacia la combi arrastrando a su hijo como muñeco de trapo. El gringo lo recibió con un brazo y con el otro ayudó a la señora a acomodarse en el último espacio libre de la combi.
—¡Carro lleno, jefe! —gritó el terco—.
Tomamos el carril central de la avenida. Sólo quedaba un espacio en toda la combi, entre el piloto y el copiloto. Como ya estabamos cerca de mi destino saqué unas monedas con mucho esfuerzo del bolsillo. Tomé una de cincuenta céntimos y tres de diez céntimos. Luego saqué mi carné de medio pasaje y mostrándolo con la mano izquierda le hablé al gigante.
—Señor, cóbrese medio...
Sólo miró mi carné y me hizo un gesto para que deje el dinero sobre el tablero. Así lo hice. Había una franela roja con otras monedas encima. Tiré mis cuatro monedas sobre la franela cuando pasábamos por la esquina del chifa Sau-San, a unas cuadras de donde bajaría.
Estábamos a una cuadra de la calle Recuerdo.
—Recuerdo bajo, por favor...
Frenamos de golpe. Una chica detuvo la combi para subir. La pude ver observando el interior de la combi. Ella era linda y llevaba sus cuadernos abrazados, supuse que iba a la Universidad de Lima.
No había sitio y el chofer me miró. Pero como estaba a una cuadra de Recuerdo pensé en cederle mi lugar, quedarme en esa esquina y caminar hasta la otra.
—Acá me quedo no más.
Aquí todo se puso en cámara lenta, en blanco y negro. La miré, quité el pestillo de la puerta y bajé. Con mucha gracia y tomando la puerta con la mano derecha le hice un gesto para que suba. Sólo sonrió y subió. Yo estaba nervioso porque era linda y para demostrar mi fuerza y masculinidad cerré la puerta con más fuerza de la necesaria. Lo curioso es que en vez de escuchar el portazo, la puerta volvió a mi mano con similar intensidad mientras una especie de aullido o sirena empezaba a sonar. Ahora sí, más nervioso que nunca, sólo atiné a tirar la puerta por segunda vez y me atreví a levantar la mirada. Lo que vi lo tengo grabado como una instantánea en las retinas de mis ojos hasta el día de hoy. Vi a la chica mirarme con un gesto máximo de desconcierto y asombro y al chofer con la boca abierta acompañado de una mirada de “¡qué le pasa a este huevón!” La puerta volvió a mí por segunda vez. Aquí se puso todo a color y pude ver que la pierna de la chica era lo que me impedía cerrar la puerta. El aullido aumentó y se convirtió en el grito más raro que he escuchado en toda mi vida. Era más bien una especie de quejido lastimero mezclado con llanto de gata nocturna. Fue horrible. Solté la puerta y vi que todos los pasajeros me miraban en silencio, el gringo no me quitaba la mirada de compasión. La sangre empezó a hacer ebullición en mi rostro y en mis orejas. Mi única reacción fue dar media vuelta y alejarme por esa calle perpendicular.
Escuché el motor andar, miré por encima de mi hombro y vi a la combi alejarse para siempre.

Texto agregado el 26-06-2005, y leído por 299 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
22-11-2006 Pobre chica, pero buen texto buenas imagenes, se deja leer...jeje... nievitas
13-06-2006 holas grax! por pasar a leer mis poco cuentos jijijiji tu escrito me gusto mucho, asi dan ganas de leer, textos... Saludos sigue asi ;D yari
14-02-2006 jaa.. muchacho educadito y ecológico me recuerda a .. a .. uhmmm .. un tal Gustavo.. =P alyehs
07-12-2005 Viaje por esas rutas que he hecho con frecuencia. Guiado por tu prosa rápida, ágil, plagada de imágenes. Que bien... aukisa
24-11-2005 te felicito tulito... da gusto leer historias así, del día a día de un buen limeño. kaik
18-10-2005 La descripción de la escena final del cuento es excelente. silviomano
14-07-2005 Me gustó mucho, demuestras que los cuentos pueden tener un final inesperado y gracioso a la vez. mayra143
06-07-2005 me gusto sobre todo el final aunke espero no te halla pasado eso en realiad y solo sea un sueño jejejeejej elober
04-07-2005 Si algo me ha quedado claro aquí es la combinación de sensaciones que ha utilizado para describir un único hecho en cuento más breve de lo que aparenta. Se nota además la coherencia en las elucubraciones del protagonista, un ser muy preocupado por el "qué dirán", o por lo menos ese efecto me ha dejado. Mis saludos. guy
01-07-2005 Esa historia es un muestra de la mala suerte. El estilo es fluido y se deja leer. El final, sorpresivo. Me gusto. KaReLI
26-06-2005 esta muy bueno y entretenido, felicitaciones corazonpartio
 
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