La distancia es un pretexto vencible.
La amistad es un pretexto maravilloso.
En co-autoría con una gran persona
gran escritora, gran amiga.
Un placer trabajar contigo.
ALAS-ROTAS
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El suministro eléctrico en aquella parte de la ciudad era deficiente, la oscuridad se hacía presente, los altos muros formaban aquel vestigio histórico artificiosamente construido, el laberinto era infinito y en el moraba una ciudad entera.
El silencio y la oscuridad dejaron de existir, mas no la encrucijada, dentro de los callejones el lento transitar de pasos fatigados y el destello de unos ojos se acercaba, el conjunto era repugnante, esa frente sudorosa y aquel asqueroso olor tan perceptible, agrio hasta las entrañas me inundaba.
Tendré que hacer la descripción minuciosa de este hombre – si es que así puedo llamarle -. Su figura era delgada y maltrecha, bastante descuidado, en cada espacio los golpes de esta irrisoria vida dejaron huellas sobre su piel, sus manos ennegrecidas cortadas por ancestrales batallas quisieron tocarme.
La distancia se hizo menos, suaves pautas de un ritmo inconstante, corrí sin detenerme -que angustiosa melodía- el ser, el mío, repleto de tendones se contrajo, era la lucha de fatiga y miedo, mientras las calles se estrechaban poco a poco, las tapias rozaron mi costado y de pronto fue imposible continuar.
Un plomo llegó a mis pies, deteniéndome, y su rostro apareció frente al mío intempestivamente, me había cruzado como ráfaga helada y tuve miedo.
Estática, pedí que el tiempo se frenara, quería ningún contacto, pero mi Dios no quiso escucharme, paralizada percibí sus torpes manos acechando mi pecho, me quedé sin habla y sus dedos irrumpieron mis senos, los botones de la blusa fueron expulsados.
El efecto de ese instante es imposible de narrar, con suavidad desprendió capa a capa mi temerosa piel y en un punto se detuvo, halando con fuerza desasió mi esencia, esa enclaustrada entre mis órganos.
Vertí doscientas lágrimas formando un río helado a mis pies que lo inundaba todo.
En el espacio jugaron sus manos, llegando hasta mis ojos, la sangre se escurría y entre ese palpitar se abrieron, ahí lo vi, con fuerza un anzuelo ennegrecido se aferraba a mi corazón, atravesándolo en los extremos, utilizando su mano izquierda y con extrema delicadeza desenterró aquel artificio de dolor.
Cuidadosamente colocò el legajo de cuerdas palpitante en su sitio mientras me desvanecía exhausta.
Los jirones de su pantalón limpiaban los despojos de sangre. Con sutileza me llevo a sus brazos y enjuagó mi lagrimear con sus labios.
Cuando nos separamos mi mirada se clavó en su silueta, perdiéndome perpetuamente.
Ya sin dolor alguno descansé y sin poder evitarlo una sonrisa broto de mi rostro y supe que esa, era para él. |