Cuando María sonríe, da la sensación de que el mundo se ha parado...
Conocí a María en un momento de mi vida en el que ya daba mi corazón por perdido, en el que ya no me dolían las despedidas después de haber despedido tantas veces.
No sabría decir cuando empecé a amarla y, ahora que nuestras almas vuelan por distintos cielos, pienso que siempre, incluso antes de haberla conocido la amé, durante toda mi vida la había soñado sin llegar a imaginar que ella realmente existía.
Había llegado de Buenos Aires, nadie sabe cuando ni por qué, en busca de algo que ni ella misma sabía y nos conocimos después de habernos visto muchas veces... hablábamos, reíamos... y con el tiempo nos besamos e incluso nos amamos.
María amaba el mar, quizá por no haberlo poseído nunca sin saber que cada ola la nombraba a cada momento en cada rincón del mundo, amaba el cielo, la lluvia, las flores... amaba lo sencillo y, disfrutaba de ello siempre como si fuera la primera vez.
De ella lo aprendí casi todo, aprendí a respirar, aprendí a besar, pero sobretodo, aprendí a olvidar, a olvidar el dolor, a olvidar la traición.
Durante un mes, un año, una vida... realmente no lo sé, fuimos felices juntos, sin pedir nada pero dándolo todo y, ahora que su respiración ya no marca el ritmo de mi corazón, cuando me canso de caminar, cuando dudo sobre si merece la pena seguir, me acerco al mar para escuchar su nombre... María. |