Cuando el rey Dworf murió dejó por escrito su mayor deseo acerca de la herencia del recién glorificado imperio asirio. Debía ser repartido entre sus dos hijos, Alef y Darlan. Muchos consideraron que esa era la ruina del imperio, pero los dos hermanos juraron ante los dioses que jamás usarían las armas para enfrentar las dos partes. Aun así, ambos de similar edad, estaban dotados de una soberbia inteligencia y desde pequeños habían competido para demostrar cuál era el mejor. Por eso Dworf decidió repartir el imperio, pues temía que sí sólo se lo daba a uno, el otro podría conjurar traiciones, asesinatos o revueltas al considerar que el trono había sido usurpado. Y antes que una cruel guerra civil prefería un imperio dividido.
Pero pronto la rivalidad provocó su primera escisión, fue en una discusión sobre la unificación de los dialectos asirios. Ya desde el reinado de Dworf se pretendió unificar la lengua, y eso mismo pretendían los dos sabios mandatarios. El problema fue que no se pusieron de acuerdo y ambos decidieron llevar a cabo su propia reforma de idioma asirio.
Esta reforma consistió inicialmente en un compendio de todos los significados para establecer que palabra debía usarse en cada situación u objeto. El primero en hacerla fue Alef, pues Darlan tuvo que hacer frente a una serie de problemas agrarios. Envidioso Darlan, de que su hermano le había aventajado quiso llevar su propia reforma de modo contrario a su hermano. Así en una parte de Asiria se pasó a llamar negro a lo que en la otra llamaban blanco, paz a lo que en la otra llamaban guerra. Después de cambiar el sentido de los antónimos y sinónimos se paso al cambio arbitrario de los nombres y los objetos, aunque siempre dentro de una misma familia. Darlan invirtió toda su vida de reinado en esta tarea. Y su hijo Debian la prosiguió.
Con el paso de una generación y media las dos Asirias habían desarrollado un lenguaje antitético. Los herederos Ubuntu y Alef II prosiguieron la misma tendencia de sus abuelos. Hasta tal punto había llegado al situación que cuando en un lado decían “Quiero cambiarte mi viejo corcel gris por una docena de tus gallinas” su equivalente en la otra parte era “Quiero cambiarte mi joven cerdo amarillo por una docena de tus camellos”.
Tal fue la inversión que habían sufrido sus significados que, a pesar de hablar esencialmente la misma lengua, se necesitaban traductores. Pero la tarea de la traducción se hacía difícil porque a menudo se daban muchas confusiones difíciles de superar.
La modificación del lenguaje implicó como es obvio la modificación de la misma realidad. Hubo un cambio de cosmovisión, de la manera de anfrentarse al mundo. Las dos Asirias pararon a difrenciarse en sus cultivos, en su economía, en sus ejércitos, en sus costumbres, vestimentas, etc. Por ejemplo, si antiguamente en los campos asirios se cultivaba trigo, debido a la inversión de el sustantivo “trigo” ahora, en un lado se cultibaba mijo y en el otro, el más fertil repollo. Estas consecuencias se hacían más complicadas dependiendo de la complejidad de la situación. Si el antiguo imperio Asirio había sido una teocracía agrícola, ahora teníamos una república oligárquica artesanal y con un gran comercio, y una aristocracia convertida en una gran potencia de recursos económicos.
Aun así ambas siguieron conservando algunas coincidencias, seguían llamándose a sí mismas Asiria, el idioma era por lo menos gramaticalmente y sintácticamente igual, la diferencia residía en la semántica. Estos nexos en común permitieron la aparición de una corriente erudita que añoraba el pasado unificado y abogaba por la reunificación y la disolución de las diferencias. Lo que ellos no podían saber es que, el antiguo imperio Asirio quedaba ya muy lejos, y cada uno de los eruditos que se disponían a estudiar la antigua Asiria unida lo hacía desde su lenguaje. De modo que, a pesar de los esfuerzos e intenciones, existian dos interpretaciones muy distintas de lo que había sido Asiria. Como es de preveer cada parte estaba convencida de que su visión era la correcta, y en cierto modo ambas partes estaban en lo cierto porque analizaban desde su contexto. Y con el paso de los años el conflicto se agravó y cada una de las dos pretendía ergirse como la encarnación más pura de Asiria.
Pero la antigua Asiria no existía. No era más que una mitologización, un imperio literario que enardecía los corazones de quienes se proclamaban como los verdaderos descendientes del espíritu asirio. Y ambas partes, contaminadas de verdad, se lanzaron a una guerra de identidad. Durante tres años se prolongó la contienda, cada una haciendo alianzas, pactos y traiciones.
Se sabe que la guerra terminó, que una de las dos partes prevaleció y la otra fue surprimida. Pero nunca sabremos quien fue la vencedora, porque los documentos que han quedado son contradictorios. Hoy somos incapaces de saber que dialecto del asirio anterior corresponde a cada una de las dos Asirias. Nos preguntamos si realmente las dos asirias eran asirias, y si realmente existió alguna vez Asiria. Esto último parece estar claro según las investigaciones, pero, lo que no acaba de estar demasiado claro para los historiadores es si, la Asiria unificada era una, o fueron dos... |