Amiga.
Y cada vez que lo escribo o lo nombro te siento más distante.

Hemos perdido una batalla momentánea, y digo perdido, porque en esta ocasión, nadie ha vencido. Cual soldados, hemos regresado cada una a casa con nuestros cuerpos mutilados y el alma perdida.

Te extraño, pese que a diario estás presente a mi lado, pues este mundo y su rutina se ha encargado de juntarnos, sin embargo, un misterioso murmullo me platica sobre la posibilidad de evitarnos si no fuera el azar causante de nuestro encuentro.
Me aferro, a los recuerdos, a lo que fuimos, a lo que somos, a lo que queda, a todo. Pues no quiero dejarte, ni perderte, aún cuando imagino que ya lo hice... simplemente porque el silencio, que en ocasiones fue mi cómplice, se ha convertido en mi enemigo y me susurra desvaríos indeseables que evado y luego regresan, queriendo alejarme más de ti.
Lo intento, lo haría aunque mis fuerzas fueran absorbidas y secada mi vitalidad fuera abortada mi esperanza, porque de manera repentina te insertaste en mi vida, te capturé y me siento parte también de la tuya.
Lo intento, pues creo que para todo hay un remedio, que el tiempo es fiel, aunque como médico no siempre es capaz de reparar lo dañado.
Busco la fuente de esto, el motor impulsor que nos entregó las armas para herirnos y encontrándolas, no logro entender cómo con tan escasos materiales las construimos de manera tan eficiente.
No logro comprender, como se agotan las palabras en un frío diálogo, donde reina la apatía.

Y si nos perdemos la una de la otra, ten presente, que no borraré nunca de mi espíritu el tuyo, no dejaré de amarte fraterna y desinteresadamente. No podré, ni querré olvidarte. Estarás siempre en mi mente.
Mas determinándome, procuraré dar todo de mí, sólo por esto, pues si nuestro afecto muere, si tú mueres dentro de mí. Moriré, en parte, contigo.