AMANECERES
Un día descubrí que tenía un nombre
y me llamaban;
el otro descubrí que ese nombre era yo,
y me llamaba, porque era yo.
Otra mañana empecé a darme cuenta que caminaba,
y que avanzaba.
Entendí que si no me movía, no caminaba,
y no avanzaba...
Desde mi pueril e inexperta contemplación,
veía cosas, objetos, que llamaban mi atención...
No estaban a mi alcance,
a pesar de mis esfuerzos por acercarme,
por avanzar, por no tropezarme, por llegar...
Las deseaba vivamente.
Soñaba con ellas,
las quería, las amaba.
Comprendí que el amor es posesión,
no me bastaba con mirarlas...
Tarde, tardíamente, fuera de tiempo y lugar,
llegué a ellas finalmente,
para comprender que, hechas presas
de mi ambición, por mi afán de poderío y posesión,
no las quería para nada;
ya no me gustaban,
no me servían,
me molestaban.
Las tiré lejos, fuera de mi vista.
Ya no estoy segura de ser como me llamo,
de llamarme en realidad como soy;
no me muevo, no me esfuerzo;
no tengo metas, no anhelo misterios,
no ambiciono tesoros,
ya no camino, no avanzo, no me dirijo...
He renunciado a ser mi nombre.
No me llamo ni dejo que lo hagan.
No quiero ir, pues no me muevo.
Es hora de detenerse y renunciar,
dejar que quien me trajo acá
me retire,
por error de fábrica, por equivocar la dirección, tal vez.
María Luisa Landman R. |