El barrendero barre el parque. Está viejo, ¿hace cuánto ya que recoje la basura ajena? Gana una miseria, y lo sabe bien, pero sigue limpiando, sin manía ni apuro, como una máquina menuda de huesos flojos. ¿Tendrá familia? Una mujer empolvada lo debe esperar en casa, si es que no está atendiendo a una familia del otro extremo de la ciudad, y sus hijos enclenques juegan en la calle polvorienta con una pelota de goma desinflada, único regalo de la navidad pasada que llenó las calles de su barrio con publicidad enajenante y pegajosa. Si el día fue bueno, cuando llegue sus muchachos se colgarán a sus piernas acalambradas pidiendo algo de pan, la mujer abrirá la puerta, y se sentarán a compartir una taza de té. Pero si por equis motivo perdió la selección de fútbol, llovió o lo mandaron a freir monos con el sueldo, ese día de perros lo terminará borracho en alguna taberna piojenta, y si no lo asaltan camino a casa, lo más probable es que llegue con unos pocos pesos para sobrevivir el otro día; el otro día que solo Dios cree que será distinto para estas criaturas abandonadas a su suerte en esta tierra llena de gusanos, pero todos sabemos que no será así. Todos nosotros que nos acomodamos bajo el árbol de este parque a leer un libro, a conversar o a pasear el fin de semana a ver la novedad no podemos hacer nada para cambiar el final de esta tragedia; tan hundidos en la comodidad, tan lejanos, tan conformes como el padre Gatica, y tan culpables todos, de todo, y él también, que deja su suerte a una escoba y unas cajas de vino tinto, y ella, que cree que por dejar estos hechos en constancia de su imaginación salvará el mundo, y él, que vota por el candidato que alguna vez dijo que la alegría ya vendría y que ahora se dedica a vender el país a la incertidumbre de sus ciudadanos, y esos ''rebeldes'' que rayan las calles y dejan su rastro tal como una jauría de perros lo haría, y aquellos que miran este cuadro y no hacen nada, nada de nada.
ARTURO
No tenemos remedio, así nos hicieron, pequeños y egoístas.
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