Abrí los ojos; eran las 2.45 de la tarde, iba sentado dentro de un automóvil azul con la cabeza recostada en el cristal de la ventana, seguramente había dormido demasiado, el sol que entraba por el parabrisas quemaba mis brazos y mi cara; sin moverme de esa posición empecé a contemplar el pavimento del lado derecho; los arbustos y árboles parecían correr hacía atrás de mí; discretamente volví el rostro hacia el conductor para ver ¿ Quién era el que guiaba el coche? , mire un instante de manera discreta y observe ¡ Qué extraño!, no creo conocerlo, ¿Quién será?, ¿ Qué hago en este vehículo y a dónde voy? De pronto volteo a verme, con una mirada de ternura y sonrió al momento en que dirigía nuevamente su vista al camino. Era joven, atractivo y emanaba alegría de vivir. Era una tarde hermosa, cálida y tranquila, dentro del carro todo era quietud, poco a poco todo comenzó a girar, girar, a dar vueltas en torno nuestro.
El cielo empezó a despejarse, los arbustos y árboles iban desapareciendo, el conductor se detuvo, bajé y mire a mi alrededor, no había nada, al voltear el piloto ya no estaba, la carretera había desaparecido al igual que el auto, aterrado por lo que ocurría no supe qué hacer, así que camine sin rumbo, asustado y preocupado, no tenia idea de la hora que era, solo que estaba en un sitio desconocido e inhabitable; en el cielo se paseaban unos horripilantes buitres, continuaba caminando sin encontrar huellas de vida humana, cayó la noche y entre unas rocas me dispuse a dormir, a la mañana siguiente continué mi deambular por horas y horas, mientras marchaba con el sol al hombro por las entrañas de aquel desierto, alcance a vislumbrar un pequeño oasis de agua cristalinas, sediento y con hambre me lance y corrí, pero mientras lo hacía tropecé una y otra vez, me puse en píe y seguí…comí y bebí de lo que me ofrecía saciando mi sed, cerré los ojos y cuando los abrí ya no estaba, me pregunte ¿ Qué ha sucedido?, ¿A dónde se fue? Hace días que camino sin rumbo, sin agua, ni cobijo, hambriento, deseoso de una migajas de pan y ahora que las encuentro se me van de las manos, triste y aún con hambre, con la cabeza hundida entre los hombros, las manos metidas en los bolsillos de los jeans azules atiné a cerrar los ojos y dije ¡Solo quería comer!, me senté sobre una piedra, así pasaron horas y horas hasta caer la tarde, mis únicos cómplices eran unas colinas de arena, una piedra y el sol, mis amigos inseparables la soledad, los buitres y la noche, misma que aprovechaba para avanzar en mi camino hacia ningún lugar, cayó la noche, me puse de píe y emprendí mi viaje por las tierras áridas, a mí paso encontré los restos de un barco perdido. Tropecé y caí – Demonios estoy destinado a tropezar – era un hermoso timón de cedro enterrado en la arena, lo tomé entre mis manos, lo miré detenidamente y reí irónico – Debió ser un buen barco – seguí caminando, mientras lo hacía me repetía lo mismo una y otra vez.
En estas tierras estériles hubo un día una gran mar, en el que se paseaba un elegante navío, poderoso e invulnerable, me dispuse por fin a reflexionar sobre aquel monumento y pensaba – Debió de ser dirigido por un distinguido capitán y una gran tripulación, orgullosa de pertenecer a semejante titán.
Busqué un lugar cómodo en donde pasar la noche y descansé, había tenido un día muy largo, así que caí rendido.
Al día siguiente volví al sitio donde había visto aquella nave, observe detenidamente el timón y encontré unas iniciales, ¡Eran las de mi nombre!, estaban grabadas en aquel gobernalle, espantado solté de golpe el objeto proveniente de otro lugar, otro tiempo, lo contemplé por mucho tiempo y decidí quedarme en aquel lugar. Sin moverme, cerré los ojos y cuando los abrí el sol me sonrió, los árboles continuaban pasando. Jugueteando hacia atrás; la tarde estaba tranquila, cálida, el sol en todo su magnificencia iluminaba nuestra ruta y su luz se reflejaba en las hojas de las plantas.
Voltee la cara de manera discreta para verlo y un reflejo de sol bañó su rostro, iba sonriente, feliz; el aire que entraba por su ventanilla de al lado despeinaba su cabello negro, lacio y bien cuidado, volteó a verme sonriente, me ofreció un cigarro y lo acepte casi sin quererlo.
Me acomodé en el asiento, recliné la cabeza en el crista que estaba a mi costado, se me escapó un suspiro y contemple el sol que brillaba en lo infinito.
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