El :
Todas las mañanas se miraba en el espejo, su reflejo, su sonrisa, su mirada, sus muecas, sus defectos.
El espejo le enseñaba muy poco de su ser, pues solo podía mostrarle el cuerpo y nada más.
Al afeitarse, al cepillar su pelo, después de bañarse, las pasadas casuales eran momentos para acariciarse con sus ojos. El espejo siempre estaba allí, dispuesto, quieto.
No notaba el inminente paso de los segundos ante la imagen propia reflejada. El espejo no sólo le robaba el tiempo, le robaba el alma.
El hombre dejó de ser hombre por verse tanto en el espejo, aquel diabólico reflejo le robó la razón y lo lleno de vanidades. Se sintió asfixiado
El Gallo:
Imponente paseaba su pintoresca cola por entre el gallinero, altivo, arrogante, se sabía dueño del lugar.
Las gallinas tímidamente picoteaban el suelo en busca de alimento, levantaban el cuello de vez en cuando para observar al gallo.
El gallo, cuyo trabajo consistía en anunciar el alba y preñar a las gallinas, paseaba ocioso, sintiéndose dueño de su territorio.
Un día el gallo, obstinado de la tarde más calurosa de su vida, se aventuró, quién sabe por que, dentro de la casa del amo.
Recorrió nerviosamente toda la casa. Al llegar al cuarto del amo, le encontró tirado en el suelo, desnudo y con espuma en la boca.
El gallo le ignoró, su atención estaba centrada en el espejo que bajaba desde el techo hasta el suelo. Le falto el aire
Los Hombres:
Entre risas beodas y con las mejillas sonrosadas, estaban sentados alrededor de una mesa de madera. La bebida abundaba en las copas y en sus torrentes sanguíneos.
Entre sus vapores etílicos se preguntaban por su amigo. Hacía días que no le veían y ya le habían notado un comportamiento muy extraño las semanas anteriores.
Decididos a buscarlo, se armaron con escopetas, herramientas de campo, palos y linternas. Se adentraron en el camino sabanero que les conducía a la casa de su amigo. Los grillos y las luciérnagas les acompañaban.
Con la escasa luz de las linternas quebrantaron levemente la oscuridad. El sudor del alcohol y de quien sabe que más, mojaba sus pieles.
Al entrar al cuarto, se encontraron con la horrible escena: La mano de su amigo apenas se dejaba ver cerca de la cola de un gallo y encima de estos, cientos de gallinas yacían muertas con los picos colmados de espuma. En la pared había un espejo. No tuvieron tiempo de decir nada
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