La puerta se abrió lentamente, con un leve lamento de goznes oxidados....
La estancia se abrió antes sus ojos pálida y luminosa como siempre, con el débil sol de media tarde desangrandose entre los cortinajes blancos.
Avanzó por el suelo de tablas sin hacer el menor ruido. Esperaba encontrarla dormida sobre su cabellera de oro, blanca y rosa como un ángel de Dios.
Pero al entrar a la habitación se quedó pasmado por el lento rodar de dos gotas de sudor en la espalda lunar de ella. Y por el jadeo de su garganta y por el par de manos morenas de hombre que le ceñían la cintura.
Se hubiera quedado contemplando la escena durante mucho más rato, si una rabia sorda no se hubiese desatado en su pecho.
Como en sueños vio sus propias manos, como en cámara lenta cuando asían al infeliz por el cuello y lo sacaban de debajo del cuerpo de ella, para golpearlo y retorcerlo antes de arrojarlo al empedrado de la calle completamente desnudo, donde no duró un segundo antes de echarse a correr sin mirar atrás ni una sola vez.
Él se quedó parado en la puerta, mirándo el lugar en donde la sangre del hombre se había quedado brillando bajo la luz del sol. Una pequeña reunión de rubíes.
La oyó sollozar adentro, monótonamente, de una forma que lo distraía.
Con pasitos de borracho se adentró en la casita, en la habitación. La vio encogida en un rincón al lado del lecho, a medio tapar con la sábana, llorando con la mejilla pegada a la pared, como una niñita pequeña, maltratada e inocente.
Èl mismo se dejó caer al suelo, con el estruendo de un cuerpo inerte.
Lloraba también al parecer, pues se sorprendió al notar de pronto el rostro mojado y un escosor en los ojos.
Necesitaba decir algo,pero temía que al abrir la boca se le escapara un alarido tan feroz que rompiera los vidrios y terminara también por destruirlos a ellos.
- ¿por qué me odias tanto?- le preguntó por fin.
Ella había dejado de llorar. Se quedó vuelta hacia la pared un instante en completo silencio antes de volver el rostro hacia él. Una gruesa línea roja que le cruzaba la cara lentamente comenzaba a hincharse. Y entonces comenzó a reír tan alto que su risa sonó limpia, fresca y estridente como tintineo de cristales.
- no te odio- dijo casi suspirando- No te amo lo suficiente como para odiarte.
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