Esperaba el menor descuido para poder correr hasta la puerta y luego ganar la calle. El día anterior lo hizo sin problemas. No te vayas a demorar negrito le dijo ella, y él no debía demorarse por que no le gustaba sentirla molesta. La última vez que se enojó se fue de la casa más de tres semanas; entonces borracho no más andaba, pobre, decía la gente, ya lo dejaron de nuevo, ahora sí se va a matar. Y él: ¡Metidos, qué les importa!, ¡Déjenme con mi pena! o, haciéndose el fuerte: ¡Mujeres hay hartas! Hasta que no pudo más, fue la buscó y la regresó a casa; anda, vamos, no importa lo que hayas hecho, yo te perdono, no seas zonza, ven, te voy a bañar. Por eso nuevamente se estaba dedicando a lo que ella lo inducía, casi, lo obligaba.
Un viejo ciprés interrumpía el paso de la luz hacia la pista y era tan amplia su sombra que le permitiría agazaparse para rodar y perderse por los jardines de las casas de enfrente. Hecho lo pensado ya estaba junto a ella, vació la pequeña mochila, las joyas de chafalonía más el dinero cayeron sobre la apolillada madera de la vieja mesa. Esperó a ver la cara de ella, de eso dependía catalogar la operación como buena o mala, como para comer en la semana, dijo la mujer, se sintió tranquilo, tenía una larga semana para seguir pensando como la volvería a contentar. Le dio un beso y se marchó, no sin antes solicitarle un billete para poder pagar algún antojo; para qué vas a querer cien, toma veinte y date por bien pagado, con la cochinada que has traído.
En el bar de la esquina solicitó una cerveza y un sol de cigarrillos, vino el amigo de siempre, pidió otra cerveza. Se disponían a abrevar el cuarto vaso cada uno cuando él volvió a lo mismo, no me quiere, solo me usa; y el amigo, eso lo sabes hace tiempo, te has consentido demasiado, es como un vicio para ti. Se le acabaron los veinte soles, su acompañante le dijo pide, yo pago, en mi negocio la plata la manejo yo. Envidiaba a su interlocutor por que él no podía hacer eso, en qué momento empezó a ser un esclavo de la voluntad de ella se preguntaba: Creo que fue cuando la vio bañarse en las duchas del mercado. Los baños de hombres se separaban de los de las mujeres por un triplay, aún estaba nueva la madera cuando un boyerista no soportó la tentación de hacer un pequeño orificio para recrearse, ese orificio, después de muchos años, le sirvió a él. Ella paseaba el jabón por sus contorneadas formas, era hermosa, en unos instantes la figura se convirtió en una imagen fija, hasta que sintió el delicioso temblor del orgasmo.
Se tambaleó antes de coger la pequeña llave que descansaba en el fondo de su bolsillo, pasados algunos intentos logró embocarla en el agujero de la chapa, abrió la puerta; vio a su amada tendida en el sofá, el televisor emanaba confusas imágenes de todos los colores, se acercó para darle un beso en la mejilla; como si la mujer tuviera un radar para detectarlo se sobresaltó; estás borracho, mejor vamos a dormir, al cogerlo de la mano lo hizo con suavidad, lo condujo al único cuarto de su morada, él sintió que ella lo amaba, que tierna y dulce era. Cuando estuvieron en la habitación, sin dejar de mantener la suavidad en el trato, le sacó los zapatos, las medias, el pantalón, el polo y lo recostó, cuidando que su cabeza descansara en el cojín de espuma que obraba como almohada. Tienes que ser astuta, fueron los consejos de la Puchi, de borracho engríelo, así cuando le pase la cruda recordará sólo eso, ya verás. Apagó la luz del foco y sólo quedó encendida la pequeña lámpara de luz roja; él pudo aspirar el perfume de rosas en su cuerpo, sabía que se hubo bañado para esperarlo. La voluptuosa mujer se posesionó, sentada, sobre la zona del bajo vientre del hombre que, con la mirada perdida en el techo y paseando lentamente la punta de la lengua en sus labios, se entregaba a la sabiduría de ella en esos menesteres. Siempre era lo mismo, ella conducía la escena y todo giraba en torno a lo que disponía.
Amaneció, le molestaba mucho percibir su propio aliento alcohólico, por eso se incorporó rápidamente, dirigióse al baño, hizo las abluciones de siempre, para luego con una jarra darse un baño con el agua helada que reposaba en una vieja tina, al salir estaba envuelto en la descolorida toalla que usaba siempre, penetró en la cocina; el ambiente estaba silencioso, siguió hurgando en la casa y obtuvo la respuesta que se le insinuaba, ella no estaba. Se cambió con prontitud, en ese momento no tuvo tiempo de combinar colores ni arreglarse como solía hacerlo.
La mañana estival presentaba un sol incandescente, el ajetreo de la gente a esa hora estaba en su hora punta. Las veredas de los pueblos son siempre muy angostas, por ello tenía que hacer a un lado a la gente para poder transitar con rapidez. Llegó a la peluquería de la Puchi e ingresó, qué te pasa ella no está acá, gritaba la dueña del establecimiento, la miró fijamente y sintió un extraño asco por el exceso de pintura en el rostro de la cosmetóloga, siempre le había dicho, no te pintes como la Puchi, parece puta; pasada la sensación y las reflexiones raudas, se dispuso a hurgar en el interior del establecimiento; carajo, te digo que no está, volvió a gritar la Puchi, no ha venido. Sin decir palabra retornó a la calle, no quería dirigirse a aquel lugar pero tenía que hacerlo, en el camino rogaba que no esté allí, dobló la esquina y encontró la puerta del callejón, sus pasos no se oían por que la tierra solo emite sordos ruidos; estando frente a la puerta la distinguió, dos hombres estaban junto a ella, uno le alcanzaba un cigarrillo “cargado” y el otro le tocaba libidinosamente la pierna. Con una sófera patada alejó la mesa, los ocasionales acompañantes corrieron asustados y se pegaron a la pared; ebria, drogada, se le paró en frente, qué mierda quieres, acaso eres mi dueño huevón . No pudo contener su furia, la tomó con fuerza de los cabellos y la arrastró hasta la puerta, vamos carajo, adicta y puta, bufaba él. Los demás parroquianos - (algún nombre debemos darles) – no intervenían, nunca lo hacían, ella se resistía, logró zafarse; carajo, ya me tienes harta, poco hombre, no sirves ni para ladrón, por que robas huevadas, ni para amante por que te duermes ¡Vete mierda! ¡No te quiero ver nunca más!. Quiso golpearla con toda su furia, quizá hasta matarla, pero no lo hizo e inexplicablemente, para los expectadores, les dio la espalda y se marchó.
En la antigua camioneta del amigo fiel subió su televisor, su cocina, toda la ropa que pudo y algunas otras cosas que sintetizaban su vida. Llegaron hasta la agencia de transportes, bajaron los atrevejos, compró un boleto, le explicaron que en una hora pasaba el bus, su amigo se despidió, suerte hermano, es lo mejor que has hecho, ella no te quería, sólo te usaba, te quitaba tu dinero y luego volvía a lo mismo, tengo cosas que hacer; no te preocupes, le respondió, gracias, anda, yo te llamo.
El bus se tragaba la pista, había ojeado el periódico más de una vez, no puso más resistencia y se entregó al recuerdo. Las tenía contadas, era la vez número veinte que se lo hacía: Estaban por la noche amándose y al día siguiente con el dinero que él traía se iba a drogarse y prostituirse, volvía a casa, primero fue al día siguiente, luego a los dos y luego a los tres, y cuando se enojaba debía salir a buscarla, la última vez, cuando el robo no dio para nada, se fue casi un mes, de qué vivía, prefería ignorar esa parte, se la recriminaba sin mencionarla con todas sus letras, ella lloraba, él la perdonaba y de nuevo continuaban. Se acomodó, sacudió el cuerpo, se frotó las manos: No carajo, ya no, y si me quedaba caía de nuevo, que otro huevón robe para ella, tá cojuda, ya no...
Los vecinos miraban, con inquietud pero sin asombro, el camión estacionado frente a la casa, descendieron los dos, ella lo tomaba de la mano y lo besaba a intervalos, él tenía una ligera sonrisa con una mezcla de verguenza. Mientras avanzaban hacia la casa ella iba hablando con alegría: Vamos amor, cómo sufrí para encontrarte, todo será diferente. El ya no hablaba, parecía un condenado rumbo al cadalso
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