Como sin querer, en un impulso mecánico,
retorcí mi mala estrella y la sequé al sol
en el prado de la desdicha.
Qué poco conoce el mar al marinero.
Qué desdicha, qué despojos de cuerpos
balanceándose sin césar, las concubinas del destino.
Apenas adiviné lo que era,
sin parpadear y con desprecio,
arrugué el entrecejo y los dientes al mismo tiempo.
No había nada, era peor que un sueño,
ver sin tocar,
hasta mi aliento es más sólido en su huir etéreo.
Nadie, pues, es alguien
sin antes vagubundear por los vertederos,
sin supurar pestilente sudor de humano
y no morir en el intento.
Así, despacio, d e s g a j á n d o s e poco a poco
como un helado en verano.
No, no somos nadie,
ni falta que hace;
del hambre que pasamos,
de la sed que nos corroe;
apenas,
dos,
amantes sí,
pero hechos de archipiélagos.
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