Una larga fila de aspirantes, entre malabaristas, payasos y domadores, semejaba una serpiente humana en la puerta de contrataciones del fenomenal circo internacional de las maravillas, esperando una oportunidad para trabajar en el espectáculo más grande jamás visto.
El dueño de la empresa deseaba contratar solamente un último número con el cual cerrar las novedosas actuaciones de su circo de tres pistas, por lo que afanoso entrevistaba a hombres y mujeres con toda clase de magias, destrezas, suertes y rarezas. Sin embargo, nada nuevo le presentaban, lo mismo se repetían enanos dando piruetas, que mujeres con largas barbas. No faltaron los colosales hombres fuertes ni los elásticos contorsionistas enredando sus cuerpos. Nada diferente aparecía y el desesperado director circense ya casi no quería atender a la gente con sus trilladas presentaciones.
Apareció entonces un singular hombre de aspecto famélico y grácil andar, el contratista pensó que se trataba de otro bailarín o trapecista y por poco lo corre sin escuchar siquiera lo que el hombrecito quería decir. Le dijo que él sabía hacer como los pájaros, que se lo dejara demostrar pero el cansado dueño del circo contestó que eso no tenía ninguna gracia, que cualquier persona podía hacerlo y para comprobarlo se puso como gorrión a chiflar. Luego le ordenó al delgadito aspirante que no le quitara más el tiempo, que le faltaba mucha gente por entrevistar. Que se fuera cuanto antes y con un grito al siguiente ordenó entrar.
Pero antes de que otra persona entrara, el hombrecillo sin abrir la puerta, se dirigió decidido a la ventana y en cuclillas se paró sobre la cornisa. Entonces el dueño del circo se asustó mucho de verdad, pensó que por el rechazo rotundo el hombrecillo se iba a suicidar.
Cual sería su sorpresa, cuando observó que al hombrecillo le salieron alas como de ángel y dando un ligero brinquito se fue volando del lugar.
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