El cine abarca una parte importantísima en mi vida desde mi niñez. Mis primeras impresiones fueron gracias a mis padres, en un pueblo colindante a Cuenca, que además era capicúa: Sotos. El cine mudo me llegó de forma muy temprana. Mis padres grababan las películas del Cineclub de la 2. Allí conocí a Buster Keaton – no personalmente- y su inmortal “El maquinista de la general”, al “Fausto” y “Nosferatu” de Murnau y los cortos de Chaplin, que mucha gente que más tarde conocí decía haber visto. Tendría diez años...
Albacete. Nos habíamos mudado. Quedó atrás aquél pueblo de realismo mágico y sus habitantes sonrientes. A mi padre le dieron por fin la plaza. Era médico. Trabajando, trabajando... en los ratos libres mi abuelo era Dios. Él me llevaba al cine. Los cines de antaño de butacas con apariencia teatral, gallinero y todo eso y seguían dando la apariencia de cines. Mi abuelo me llevó a ver a Freddy por vez primera al Gran Hotel.
Era feliz a mi lado. Yo era feliz a su lado, descubriendo la pantalla grande, el cine de terror y como unas cuchillas afiladas se deslizaban cerca de las primeras filas. Ya era un arquetipo del género por aquél entonces y yo no lo sabía. Era Freddy Krueger. Antes lo habían torturado y quemado sin éxito... antes de la tercera parte, pues era la que estaba viendo aquella noche.
El videoclub. Y mi abuelo al lado mío. Sacaba un bono para su nieto – deme un bono de veinte- decía. Y yo iba y venía por los estantes de mi felicidad. Me leía todos los argumentos, todos, durante más de una hora hasta que me decidía. Mi estantería predilecta era la de terror. Siempre me quedaba extático observando las carátulas. Los cuchillos de las portadas... una mujer que su cara salía bajo tierra... un zombi en descomposición seguido de otros zombis más descompuestos... cementerios y sombras... sombras sin cementerios con calaveras agusanadas... hombres con brazos biónicos que echaban pulsos con hombres de brazos no biónicos... payasos sonrientes abrazados a niñas no tan sonrientes con cara de destrucción...
El del videoclub nos conocía. Sus mejores clientes. Le dábamos de comer mi abuelo y yo. No, mejor dicho, mi abuelo le daba de comer. Ya había visto casi todas las pelis de terror de la estantería. Recuerdo que me acerqué un día al dueño y le dije que me aconsejara alguna de mucho, mucho miedo. Salió de detrás del mostrador cerrando el libro por la hoja que estaba leyendo y se acercó a mí y me dijo – ésta te va a dar mucho miedo, ya lo verás-. Luego del videoclub íbamos por la calle mi abuelo y yo y nos tomábamos una patata asada en un sitio sucio y pequeño- nunca probé patata igual-. Mi abuelo se tomaba – un vinico- decía y yo una fanta y le decía a mi abuelo que la pidiese. Me mimaba mucho. Yo miraba la bolsa donde estaban las posesiones. Era una cinta roja. Siempre les dije a mis amigos y a mis novias y a mi novia de ahora que con mi abuelo saqué una película que la cinta era roja sangre. Cené unos filetes de lomo que me preparó mi abuela. Saqué la película. Mi abuelo se sentaba en el sillón al lado mío. El color era sucio. Una barcaza atravesaba el lago y luego se veía un coche y los de dentro cantaban y reían y se estaban fumando un porro y el coche tuvo que esquivar a un camión y gritaron y mantuvieron la calma hasta que llegaron a una cabaña...
Algún año más tarde. En el pueblo de mi padre estaban algunos amigos y conocidos sentados en un banco. No había crecido mucho, pues yo crecí más tarde que el resto. Todos vacilaban acerca de películas en la plaza del pueblo. Y alguno mencionó unos gritos de mujer. El viento soplaba tragándose las palabras... “Una barcaza atravesaba el lago...” ... “Y una cabaña solitaria”... eso me pareció oír, pues yo estaba llegando al banco...
Habló de unos espíritus que habitaban el bosque. Demonios y gente corriendo y gritando... le dije que había visto esa película y que además era color rojo sangre la carcasa. Él me dijo que no podía ser, que yo era un crío y que era una película no recomendada para menores de dieciocho y que cómo era posible que me hubieran dejado verla, “que daba un miedo que te cagas” decía...
Acabamos hablando de cine. De descuartizamientos. De no poder dormir y sobretodo de una cabaña en la que los poseídos estaban encerrados en el sótano y amordazados y que echaban espumarajos por la boca y gritaban “únete a nosotros, únete a nosotros” y el resto de los no poseídos intentaba escapar de alguna forma.
... y el cine me poseyó a mi. Ahora entraban nuevos actores en la pantalla de mi cerebro. Mi abuelo me grababa películas. De todo tipo. Vi a gente disparando en una de ellas como si lo fueran a prohibir...
Algunos años más tarde. Poco a poco el cine me pedía más, más, más. Era como una voz que entraba en mi interior y me obligaba a ver mucho más cine. Desde los rusos a Wilder, Ford, Svankmajer, Lynch, Cronenberg, Coppola, Lubitsch... y tantos otros. Cada año las reviso, les limpio el polvo, las acicalo y las mezo hasta que se duermen en mis brazos.
|