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No es que Axcargorta fuera un mal técnico de la selección, o que Rosental un matado para la pelota. Pero, como ha pasado el tiempo, deberíamos evaluar la situación con altura de miras, o a lo Stephen King.
Dejando de lado la incoherencia introductoria entro en materia.
Hoy en Integración hubo una clase distinta. No se psicologizó todo lo visto, o no se escandalizó todo con mapas conceptuales didácticos a la espera de que el asistente se deleite cual párvulo en el kinder. Hoy, dijeron, sería una clase diferente. Así habría de ser, porque nos habían pedido llevar una canción y un objeto representativo de nuestra benemérita existencia. Y pese a que el tutorial se supone es la clase que menos debiera importar en la vida (con respecto al menos a la cantinela de la responsabilidad, entrega, amor al saber y eso) me afané durante el domingo y el lunes pensando que llevaría o diría, si escondería o exhibiría, o inventaría alguna barrabasada salida de algún túnel subterráneo de la cabeza. Aun así, opté por lo fácil y llevé la traversa, Rayuela y La Jetée como canción. En el mantelcito puesto al centro del círculo-grupo mi traversa y Rayuela coexistieron felices con un payaso de madera, un monedero, una fotografía de dos ancianos, un diario de vida, otro diario de vida, otras fotografías, pero ahora de hijos, una foto de un perro saltando, un burro de juguete y un elefante encerrado en un cuadrado transparente. Y así, one by one fueron cayendo las razas de la tierra media, y lentamente supimos que el perro saltarín era mascota apreciada que fomentaba el vegetarianismo; que el elefante se explicaba de una forma clara con respecto a la escala de valores y metas de una adolescente de ojos brillosos; que el payaso de madera se llamaba Coseno y era hijo de un regalo de algún lejano cumpleaños; que el burro de juguete implicaba complicidad oscura con un amigo del liceo; que Rayuela era el libro que le había trucado la mente; que las fotos de la hija... eran las fotos de la hija. Todo aunado por una extraña atmósfera oscura, iluminada por unas velitas enfundadas que se separaban con constancia y servían de juguete para quien sabe qué desconcentrado del tutorial (uno hasta se llegó a fundir un dedo con esperma derretida, pero no pasó a mayores). El incienso florero-de-mesa duró hasta la mitad de las disertaciones, y las últimas quizás se enfriaron por no llevar música, o por el desespero de ciertos jóvenes enloquecidos por algún electivo nocturno al que "definitivamente-no-se-puede-llegar-tarde". Uno que otro pensaba, mirando las velas, que lo que se escuchaba en esa sala era un secreto de los vetados. Lo pensaba y tonteaba con esperma de vela, hasta que de la nada se le apaga, ante lo que una solicita chica enciende de nuevo en clama por lo que él nunca podía realizar. De todas formas, escuchaba atento, o casi atento, o pensando en el burro, en el elefante, el libro, o el incienso que ya se estaba apagando sin solución posible ("es como la muerte" reflexionaba rasputínicamente). Pero lo que más le llamó la atención fueron las primeras disertaciones, que se le grabaron como de memoria colectiva, o carta de cartero escrita carteadamente de un anónimo habitante del pasado. Un "nosequé" le robaba la concentración, y dale con recordar a una chica que casi llora, y que casi casi llora, pero quizás pocos se dieron cuenta, o todos, o no estaba que casi llora y él lo imaginaba (por el asunto este de que si hay velas encendidas, un incienso, música de fondo y cosas por el estilo, alguien debe llorar, y ese alguien debe ser la chica que tenga los ojos más intensos). Un hecho objetivo ante la duda es que la tutora Nº2 le dijo a la Nº3 "no apagues su canción; no todavía". Y ese acontecimiento-frase, ese pequeño, insignificante, impactantemente nimio hecho, le mató la atención el resto de la jornada de velas y semi confesiones. Solución: esperma. Esperma y risa esporádica pero in situ, per se, inconsciente. Risa nervio craneal, innervación nerviosa. Risa inexistente, plagada de miradas que se sustraen solitas como el fuego en el viento se apaga. Como pregunta que no se responde, incienso interminable o pie que nunca se esguinza (ni siquiera llendo a ver Batman el viernes por la noche y cayendo estrepitosamente por las escaleras por el asunto de ir mirando los créditos y caminar in the darkness al mismo tiempo). Y es como un ataque de histeria, sin histeria, lo que le sucede. Es esa "extraña" sensación de saber que está frente a un hecho de naturaleza inverosímil que encierra consigo un misterio no clarificado, y que DEBE ser clarificado para poder dormir mejor por la noche. Pero no, no, no puede ser cierto que exista siquiera esa sensación de un hecho tan evidente como ver casi-llorar a una chica que evoca situaciones que le son sagradas. Pero sí (y es el rebote frente a una gota de esperma que se cae), pero sí sí sí, ahí hay un algo que es importante, es tan importante como el sentido de la vida, o más. Un "algo". Suspira. Suspira a la par que el Matías diserta sobre el burro de juguete contando peripecias de un tiempo que es pasado y que no se repite. Porque es la gracia de los recuerdos: ser perfectos e irrepetibles; paraíso inalcanzable. Duda loca. Y el "algo" se queda ahí, solo, congelado, incontestable. Porque además no es lógico llegar y preguntarle a la chica: "Disculpa, pero hay algo en tus declaraciones que me parece llevase a la dimensión desconocida... ¿serías tan amable de contarme de qué se trata tal aberrancia enigmáticamente atractiva para mí?". Dos veces. Tres veces. Historia de un llavero. Dos velas se apagan. El tiempo empieza a avanzar más rápido para recobrar los segundos despilfarrados en mis divagaciones de jovencito perturbado. Pero qué va. Me rebelo ante el hecho, me rebelo, pero no hago nada. No hago nada. Y es por una sencilla, sana, evidente razón: "rebelarse" implica "revelar" detalles dimensionescos y extraños a un mundo coherente, lógico, hermosista... Cuídense, no lo olviden para la próxima semana. Adiós.

Me duele el pie caminando por la calle. Me duele, pero viene con risa incluida, porque el dolor es también recuerdo de la forma en cómo sucedieron las cosas, y mi estupidez prístina de caer como damisela en peligro. Aun así... tengo la bala pasada. Tengo la espina en el pensamiento. Tengo la vara atravesada en tres partes de mi médula ósea. Por supuesto que jamás esbocé mi pregunta, y eso, y eso. De todas formas, terminando el tutorial le dije a la mujer: "¿Préstame ese cd?" con el tono de "¿de qué se trataba verdaderamente el asunto de la dimensión paralela con realidad propia que me asalta como un pirata a barco mercantil del siglo antepasado?". Y me lo prestó. Pero. Y. El aire se congela y una pequeña lluviecita sale de la nada. Subo a una micro casi vacía, oscura, lóbrega, oscura, lóbrega, subo. Ando disperso; disperso. Quedé disperso, pero tranquilo, domado. No pregunté, pero quizás sí pregunté, porque de hecho en el último tiempo he adquirido esa bella costumbre de confundir los límites entre lo que se gesta como fantasioso y lo que de verdad ocurrió. No se cómo, pero me pasó también en lo del registro anecdótico para Introducción y hasta conversé con la Claudia de un hecho que supuestamente había observado. "Una historia intrigante... hasta me dieron ganas de anotarla cuando la vi" le contaba con ojos encendidos el viernes por la tarde. Sólo al terminar de hablar me di cuenta que la "historia intrigante" jamás había pasado, y la verdad era que yo había "deseado ver" una historia intrigante, completamente inexistente. ¿Igual que esta? No. Esta sí existe. Porque, wey, no puede ser cierto que no existan esa clase de leyendas, no al menos desde la vista de un chiquillo sensato y tan abierto a las posibilidades como tú, porque o si no, imagínate, es cosa de que un día crees que eres Hulk y que la gente resulte despavorida frente a un ataque verde inexplicable para que.... Y la micro llega. Llega y dejo todo a medias. Dejo todo a medias y llega la micro. Y la micro se detiene, pero antes había llegado. Y me bajo, a medias. Colgando una bufanda de una mano, un bolso de otro, un disco de otra, una vida de otra. Cuatro, ocho manos, veinte ojos, treinta vidas. Y el frío es portentoso. Y la micro había llegado, quizás hace años que llegó y no me había dado cuenta. No descarto la posibilidad de que nunca haya asistido tampoco a la clase de Tutorial del día martes 21 de junio de 2005, porque, wey, ahora, aquí parado en un lugar ventoso parece imposible pensar en inciensos que se apagan y chicas a-punto-de-llorar con un secreto capital a cuestas. Porque es irrisorio de sólo pensarse, y son las, ¿que hora es? sin implicancia cuenta el capitolio, porque la chica, a punto de llorar, pero es la confusión, debe ser la confusión. No, no es la confusión, es la realidad, la quinta pata de los leones, los burros de juguete, los elefantes encerrados en una jaulita de cristal. Rayuela, una flauta traversa. Una vela que se apaga por jugar con la esperma. Pero no, la micro acaba de llegar, de hecho, creo haberlo dicho o pensado antes de escribirlo. Porque si no llegan las micros las vidas se detienen. Se detienen. Se detienen igual que los elefantes encerrados en cajitas de cristal, o los burros de plástico, o las fotos de los hijos, o los misterios de film noir de mitad de siglo pasado evocando historias llenas de cabos sueltos, o de fantasías, o de irresoluciones, o inventos. Pero, de alguna forma, de alguna raíz deben nacer las cosas que te pasan, mujer, ha de haberle dicho alguien a la que casi lloraba, o debería haber llorado de verdad, y no con casi-casi, o no atreverse a esfumar la vida entre los dedos como agua se seca en el desierto, como emblema patrio, huemul volante, centauro de las tinieblas apocalípticas sumergido en destellos de humanidad. Pura planta que crece alrededor de un castillo de proporciones épicas. Giros legendarios, confusos e inconexos, ¿inexistentes?¿falsificados por inconscientes favoritistas? Separatistas. Pensamientos demócrata-cristianos. Pensamientos piñeristas. No. Ninguno de Lavandero con velas e incienso, o búsqueda de la verdad de las cosas. O enredo descomunal que lucha y lucha por su existencia en un mundo reseco, sinceramente destruido por la falta de nosequeses. Entonces, me digo, después de mirar cómo se me va la micro, ésto que pienso y que es esencialmente de naturaleza nosequesiana ha de servir de algo o como motor o palanca que activa mecanismos operantes en la clandestinidad de nuestras vidas. Grano de arena, algo por el estilo. Y luego, dejo la velita, porque chorrea esperma a más no poder, y me concentro fielmente a lo que dice Matías sobre su burro de juguete y peripecias de un tiempo que es pasado y que no se repite. Porque es la gracia de los recuerdos: ser perfectos e irrepetibles; paraíso inalcanzable. Duda loca.

Texto agregado el 23-06-2005, y leído por 1506 visitantes. (1 voto)


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