Una vieja abeja, hastiada de su tipo de vida, se planteó organizarla en solitario. (Este asunto de la colonia, en realidad) –Se decía- no me conviene.
Deposito mi miel en esta colmena para que otros puedan vivir, comer y prosperar. Hago yo más trabajo en un día que otras compañeras en tres.
Trabajo y me desvivo, ahorro y acumulo, y por todo eso no obtengo más que casa y alimento.
Voy a organizar y dirigir mi propia colmena, y para mi serán todos los dulces frutos de mi arduo trabajo*.
La abeja voló decidida a su prado. Comenzó un negocio propio. No pensó más en ese clan zumbón llamado colmena o familia, que ya la tenía harta. Puso todas sus capacidades y energías al servicio de su ambicioso plan.
-esto es vivir se repetía-. Soy fundadora, emperatriz y libre. Sé acabo: ya no soy rebaño, una más…. ¡como habré descubierto tan tarde esta vida¡-.
Pasaron sus años felices de fundadora empresaria, y vino el verano. Poco a poco le fueron pesando la soledad, los problemas, los años y hasta los días. Perdió ilusión, empuje y alegría. Otros insectos la atacaron, devoraron su almacén. Su cera se agoto y, lo que era peor, su corazón se fue llenando de amargura.
Triste volvió a su antigua colmena. Poco a poco se entro en ella sin pensar tanto en ella o en los demás. Sus últimos años fueron muy felices.
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